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Libro del orden de caballería ; Príncipes y juglares
Raimundo Lulio
Publicación: Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2002
Llull, Ramon (1235-1315)
«…Que compuso el bienaventurado Maestro Raimundo Lulio, Doctor Iluminado y Mártir de Jesucristo, paje que fue y barón del Muy Alto Rey Jaime el Conquistador, y Senescal del Noble Rey Jaime II del Reino de las Mallorcas; libro que fue ofrecido y entregado muy ordenada y sabiamente al Muy Noble Rey y a toda su gran Corte, permitiendo el Maestro que cualquier caballero que desee estar en ordenamiento de caballería lo pueda trasladar para que pueda leerlo con frecuencia, recordando el orden de caballería.
¡Dios, honrado y glorioso, cumplimiento de todo bien!
Con vuestra gracia y bendición comienzo este libro que es del orden de caballería.»
1. En un país aconteció que un sabio caballero había mantenido largamente el orden de caballería con nobleza y con la fuerza de su ánimo; después que la sabiduría y la ventura le habían mantenido en el honor de caballería en guerras y torneos, en justas y batallas, escogió vida ermitaña cuando observó que ya eran contados los días que de vida debían quedarle, puesto que por ancianidad se hallaba torpe en el uso de las armas.
Por esto abandonó sus bienes, dejando herederos de ellos a sus hijos, e hizo su habitación en medio de una gran selva abundosa en aguas y en árboles frutales, huyendo definitivamente del mundo, a fin de que el estado valetudinario a que la vejez había llevado a su cuerpo, no le quitase honor en aquellas cosas en las cuales la sabiduría y la ventura le habían mantenido con honra durante tan largo tiempo.
En tales circunstancias el caballero meditó en la muerte, recordando el paso de este siglo al otro siglo, entendiendo que se acercaba la sentencia perdurable que le había de sobrevenir.
2. En un hermoso prado de aquella selva, donde el caballero había levantado su morada -15- crecía un árbol muy grande, cargado de fruto; y debajo del árbol fluía una fuente muy bella y clara, por la cual aquel prado era tan abundoso en árboles que lo llenaban.
Acostumbraba el caballero venir a reposar en este lugar, con el fin de adorar, contemplar y orar a Dios, dándole gracias y tributándole alabanzas por el grande honor que le había hecho en medio del mundo, durante todo el tiempo de su vida.
3. Por aquel mismo tiempo, y en la entrada del gran invierno, sucedió que un gran rey, muy noble, de buenas costumbres y pródigo en el bien, mandó reunir cortes; y por la gran fama que de su gran corte se había esparcido por toda la tierra, un discreto escudero, solo y cabalgando en su palafrén, hacía camino hacia la corte de aquel gran rey con el fin de ser armado caballero. Mas por la grande fatiga de tan largo cabalgar, se adormeció en la silla, mientras su palafrén seguía caminando lentamente.
En aquella misma hora el caballero, que se hallaba haciendo penitencia en aquella selva, salió de su cabaña hacia la fuente, donde todos los días solía contemplar a Dios y menospreciar la vanidad de este mundo.
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4. Mientras el escudero, como hemos dicho, cabalgaba adormecido, el palafrén, saliéndose de camino, se metió en medio del bosque, divagando a su antojo, hasta llegar a la fuente junto a la cual había llegado el caballero con el fin de orar.
Cuando el caballero vio acercarse al escudero, dejó de orar, y sentándose en el hermoso prado y a la sombra de aquel grande árbol, comenzó a leer en un libro que tenía sobre sus rodillas.
El palafrén, en llegando a la fuente, se puso a beber; y como el adormecido escudero sintiese que el palafrén se había detenido, despertó de su somnolencia, viendo con admiración ante sí a un caballero ya anciano, con una gran barba y vestidos humildes y destrozados por el largo uso. Por la penitencia que allí hacia; estaba enjuto y descolorido; y sus ojos se hallaban sin brillo por las muchas lágrimas que había derramado; y toda su persona daba la sensación de una muy santa vida.
¡Mucho se maravillaron el uno del otro! Porque el caballero no había visto hombre alguno desde que había abandonado el mundo y dejado el uso de las armas; y el escudero no se hallaba menos maravillado encontrándose, sin desearlo.
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5. El escudero bajó de su palafrén y saludó con mucho agrado al caballero. Y éste, acogiéndole con grande cortesía y amabilidad, le ofreció asiento en la blanda hierba, sentándose el uno junto al otro.
Conociendo el caballero que el escudero se resistía a hablar el primero, porque quería reservarle este honor, habló aquél en primer lugar, y dijo:
-¿Cómo está vuestro ánimo?… ¿A dónde vais?… ¿Cómo habéis llegado aquí?…
Y contestó el escudero:
-Señor: por el ancha tierra ha cundido la fama que un rey muy sabio ha convocado Cortes con el fin de armarse caballero, y armar a su vez a otros varones extranjeros y privados. Y es por eso -señor- que hago camino, con el fin de llegar a la Corte y ser armado caballero. Yo me había adormecido sobre la silla por la gran fatiga de las largas jornadas que llevo hechas; y mi palafrén se ha salido de camino y me ha traído a este lugar.
En cuanto el caballero oyó hablar de caballería, recordó el orden, y lo que pertenece al caballero. Y, dejando escapar un suspiro, se ensimismó, recordando el gran honor que tan largamente había mantenido en el orden de caballería.
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Mientras el caballero se hallaba en estos gratos sentimientos, el escudero le rogó le manifestase en qué pensaba. Contestole el caballero:
-¡Mi bello hijo! ¡Los pensamientos que me dominan no son sino sobre el orden de caballería, y sobre el gran deber que tiene un caballero de mantener en alto el honor de caballería!
8. Entonces el escudero suplicó al caballero que le descubriese el orden de caballería; lo que es, y de qué manera el hombre lo puede honrar y conservarlo en el honor que Dios le ha dado.
9. Y dijo el caballero:
-¿Cómo es, hijo, que ignoras la regla y el orden caballería? Y ¿cómo pides ser hecho caballero, si desconoces el orden y la caballería? Porque ningún caballero puede mantener un orden que desconoce; ni puede amar este orden ni lo que le pertenece, ni conocer los defectos y faltas que contra él se pueden cometer. Ningún escudero debe ser hecho caballero si no sabe bien cuanto atañe al orden de caballería; y, de esta suerte, sería desordenado el caballero que pretenda armar a otro sin enseñarle antes las costumbres que pertenecen al caballero.
10. Después que el caballero dijo estas últimas palabras, reprendiendo al escudero que -19- pedía caballería, éste preguntó al primero:
-Señor: ¿Os place enseñarme el orden de caballería? Porque me siento con ánimos de aprenderlo, y de seguir la regla y el orden.
11. Esto dijo el caballero:
-¡Bello amigo! La regla y el orden de caballería se hallan en este libro; en el que yo leo algunas veces, porque me recuerda la gracia y la merced que Dios me hizo en este mundo, cuando honraba y mantenía el orden de caballería con todo mi poder. Porque en tal guisa debe un caballero rendir todas sus fuerzas en honrar caballería, cuanto caballería otorga al caballero cuanto le pertenece.
12. Con estas palabras el caballero dio el libro al escudero. Y cuando éste lo hubo leído y entendido que el caballero es uno elegido entre mil, para el más noble de todos los oficios; y hubo entendido la regla y el orden de caballería, después de pensar un poco, dijo:
-¡Ah, Señor Dios! Bendito seáis, porque me habéis guiado a un lugar y a tiempo para que pueda tener el conocimiento de caballería; lo que tanto he deseado sin que supiese la nobleza de su orden ni la honra en que Dios ha puesto a los que pertenecen al orden de caballería.
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13. Y contestó el caballero:
-¡Amable hijo! Ya se acerca el momento de mi muerte, porque son pocos los días que me restan de vida. Ahora bien: Como este libro ha sido hecho para restaurar el honor, la lealtad y el orden que el caballero debe tener; por esto, hermoso hijo, llevaos con vos este libro a la corte a donde vais y enseñadlo a todos los que quieran ser noveles caballeros. Y ya que lo tenéis, guardadlo bien, si amáis el orden de caballería. Y en cuanto seáis armado caballero, volved a este lugar para decirme cuáles son los que han sido hechos noveles caballeros y si han sido obedientes al orden de caballería.
14. El caballero dio su bendición al escudero. Y éste, tomando el libro, se despidió muy devotamente del caballero; y subiendo a su palafrén, fuese a la Corte, haciendo camino con mucha alegría.
Y sabia y ordenadamente presentó y entregó el libro al muy noble Rey y a toda la gran Corte, y consintió que todo caballero aficionado a permanecer en orden de caballería lo pudiere trasladar, a fin de que leyéndolo con frecuencia tenga presente el orden de caballería.
Llull, Ramon (1235-1315)
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