El aire se llenó de rabia, y el espíritu estalló en llamas. Él me miró, apesadumbrado.

¡Mis hijos me hieren cuando yo les di la vida! Gritó en mi mente.

Pensé que todo estaba perdido y canté la canción de mi madre, la que hablaba del gran dragón que velaba por Hibernia en los días fríos. El aliento que llenaba de brillos las estrellas del firmamento y que desde su ausencia, había oscurecido cada día más la noche. Pensé en todas estas cosas y sobretodo en el poder de la bestia más maravillosa que jamás haya existido. Y con todo esto, dormí, en el sueño que viene cuando vienen las tinieblas…

La bruja blanca de Innis

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