Lo cual, sigue vigente, aún mucho tiempo después de que Goya lo expresara una tarde de desesperación.
Vivir con nuestros monstruos. Deleitarnos en la pesadilla y revolcarnos en ella. Llega un día en el que no te apetece leer o escuchar más y tan solo dejar que la puerta entreabierta se decida. Por esa sombra que se acerca o esos pasos que se alejan. Los monstruos están ahí siempre, con nosotros.
No escapas a ellos. Quizás si te vas tres o cuatro años a un monasterio Tibetano te liberes. O lo que es lo mismo, unos diez o veinte mil Euros de terapia.
Algunos pasan de moda. Otros lo están ahora, como el hermoso Fauno, del que me considero muy amiga. Juntos vamos de la mano y paseamos por unos campos que ya no existen. Pero lamentarse solo se puede hacer en secreto pues a todos aburre y a nadie le importan los lamentos de otros. Así que si te quejas, procura hacerlo siempre en la intimidad de tu cuarto de baño.
Sin embargo hay uno que siempre nos acompaña, el monstruo de la estupidez que te obliga a atrancar puertas y ventanas con clavos de hierro negro y cabeza cuadrangular. No importa el agujero en el que te metas, vayas donde vayas, ahí estará.
Es el monstruo que te obliga a desconectar todos los aparatos electrónicos. A huir del periódico como de la peste o a asentir en cualquier momento de una conversación con un, ajá… casi ceremonioso.
Quizás tengamos que hacer todos como Earl, una lista de nuestras malas acciones y comprar unas doscientas cajas de bolígrafos para dedicarnos a tachar en un esfuerzo de enmienda y desahogo. Una penitencia en la que nos cargamos el elefante que todos llevamos a cuestas y caminamos libremente por estas ramblas infinitas del mundo de los hombres.
Nunca hubo época tan aconsejable para volver al cuento de hadas. Las hadas están de moda en las estanterías, al lado de los no-se-cuantos santos para limpiar la casa de todo mal o lo cristalitos de facetados colores que prometen conservar la energía, «esa» que nunca ha tenido magnitud alguna para medirla. Es tan ausente como la cordura que junto a la mencionada energía, nadie ha logrado sacar al menos una sola gráfica.
¿Y qué? La razón lucha con la imaginación desde el principio, y esa batalla estará a nuestro lado hasta el final. La razón no tiene miramientos, es como la naturaleza. Y la imaginación, bueno, la imaginación te concede todo cuanto sueñes. Supongo que todo, como siempre, y ya se ha dicho muchas veces, es cuestión de equilibrio.
Un montón de divagaciones porque sencillamente, muchos ya llegaron a la conclusión que se menciona en el título de todo esto.
Y es que, nuestra consciencia corta como el filo de un cuchillo de carnicero, y la necesidad de evadirse, contesta a muchas preguntas que leo y escucho diariamente.
La siguiente pregunta suele ser si la evasión es buena o mala, pero el que la necesidad de evasión sea bueno o malo, no tiene nada que ver con todo esto, de hecho no tiene que ver con nada de nada. Es una necesidad, como comer, el sexo o el territorio. El doble filo es la secuela de nuestro gran regalo, nuestra «brillante» y mortífera consciencia.
Puede que simplemente sea así, como bien aparece escrito en este viejo grabado. Nuestro afán en la búsqueda del sueño de la razón, es el que produce todas nuestras bestias y regiones míticas. Por tanto, una no es nada sin la otra.
Pasaba por tu blog por casualidad, buscando un cuadro de goya> el sueno de la razon crea demonios, y encontre este pequeno rincon endemoniado. queria dejarte mis felicitaciones por este espacio hermoso. tienes una obra personal muy linda.
Un saludo.
Te agradezco sinceramente el comentario, pues son esos los ánimos que muchas veces alimentan este blog entre tantos otros. Espero verte de nuevo por aquí y que disfrutes tanto de lo escrito como yo disfruto escribiendo.
Atentamente
Edanna