por David Monroy Gómez
Las obras de Jorge Luis Borges y Howard Phillips Lovecraft corren paralelas en más de un sentido. Aunque su visión de lo fantástico se decante en fórmulas distintas (el deslumbramiento metafísico y el horror, en ese orden) y los sustratos respectivos sean diferentes, ambos construyen sobre cimientos equiparables. El tiempo, los libros malditos, los manuscritos perdidos, las civilizaciones olvidadas, la narrativa como sistema de símbolos que implican otros órdenes en la “realidad”: todo esto comparten Borges y Lovecraft. En la obra del primero tiene lugar el encuentro de ambos, en el cuento “There Are More Things” (1975).
Es notable que la figura de Lovecraft, biografiada por L. Sprague de Camp, ofrezca similitudes, a uno u otro nivel, con las de otros dos creadores. Con Franz Kafka comparte el ser íntimo, afectuoso, que Max Brod desnudó, y la imagen contradictoria que nos ha llegado, de aparición casi romántica, sufrida y enfermiza; es decir, un rostro para su círculo de amigos y otro, de leyenda, para la sociedad. Con Borges, Lovecraft tiene puntos de contacto en la obsesión por el ámbito cerrado de las cosas que, inevitablemente, se convierten en “marca de fábrica”, merced a las disposiciones de la infancia y la formación intelectual (madre, entorno, libros, sueños, pesadillas; compárense las biografías realizadas por Sprague de Camp y Emir Rodríguez Monegal). “Lovecraftiano” y “borgiano” no son adjetivos gratuitos: designan una parte de la realidad delimitada por la voluntad de narrar, que construye, crea objetos, fabrica mitos: Yuggoth y Sarnath, Tlön y Uqbar, el Necronomicon y el Libro de Arena.
Si bien concebido por Borges como “un parodista involuntario de Poe”, Lovecraft influyó en el argentino no a un nivel estrictamente consciente, sino en la encarnación de lo obsesivo, en la recurrencia temática. Borges construye sus mitos a partir de la filosofía y los compadritos muertos, las referencias bibliográficas y la esquina rosada. Lovecraft finca los suyos en bases igualmente librescas: Lord Dunsany, Algernon Blackwood, Arthur Machen, William Hope Hodgson. Estos elementos se integran por último en una estructura literaria que, con el tiempo y los muchos escritores posteriores, observa intentos de “sistematización” y da lugar a una “mitología”. Al hablar de influencia, Rafael Llopis (“Los mitos de Cthulhu”) determina lo que resulta “nuevo” en los trabajos lovecraftianos:
…su originalidad no radica en ninguno de sus elementos aislados, sino en su totalidad, en su estructura, en su Gestalt, que es algo más que la suma de los elementos que la integran. Esta forma está en función del contenido que… queda constituido por la angustia cósmica de Lovecraft y por su manifestación onírica simbólica.
De igual manera, en el universo borgiano se integran, para formar una estructura más o menos coherente, influencias de diversa índole (incluso contradictorias entre sí), que dan por resultado un sistema que gradualmente se convierte en “lo borgiano”, determinado por la idea de la identidad plural de los hombres, la teología como rama de la literatura fantástica, el doble, la eternidad, las vidas paralelas, la enumeración caótica para dar cuenta del universo multiforme, las citas de libros inventados. Los elementos que forman, en suma, los mitos de Borges.
Hay que mencionar aún un nexo entre Borges y Lovecraft. Rafael Olea Franco (El otro Borges. El primer Borges) defineuno de los objetivos de la escritura borgeana: «la construcción de la literatura como un objeto autónomo, hecho manifiesto… en la intromisión de lo ficticio en la vida real, en tomar como verdadero lo que es imaginario.»
El crítico alude al incidente surgido tras la publicación del texto “El acercamiento a Almotásim”: distintos lectores desprevenidos, sin advertir que la “reseña” borgiana era en realidad un texto de ficción, llegaron a solicitar ejemplares del inexistente The Approach to Al-Mu’tasim, novela que tal vez sólo habita en algún etante de la Biblioteca de Babel. De la misma forma, lectores interesados en lo oculto fatigaron mil sitios en busca del Necronomicon, principal libro nefando entre los muchos inventados por el círculo de Lovecraft (y que quizá tenga existencia real, como los objetos de Tlön diseminados por el mundo, lo que plantearía de nuevo el problema de la ficción y la realidad, y cómo la primera influye en la segunda).
Por lo que toca a “There Are More Things”, el cuento toma su título del Hamlet de William Shakespeare (acto I, escena V): “Hay más cosas en el cielo en la tierra, Horacio, de las que ha soñado tu filosofía”. Conforme a esta idea, Borges narra la historia de un indeseable inquilino que quizá ha llegado de las estrellas para instalarse en la Casa Colorada, lugar de nostalgias del narrador. Este último, de acuerdo con la doctrina de Borges, posee algunos de los rasgos del autor, con lo que la autobiografía se cuela en el relato para hacerlo “más plausible”. Así, según Rodríguez Monegal (Borges. Una biografía literaria), el padre de Borges inició al futuro escritor al futuro escritor en el conocimiento de la filosofía por medio de las cosas cotidianas; el tío del narrador toma el lugar del padre en el cuento y lleva a cabo las mismas acciones: «Una de las naranjas del postre fue su instrumento para iniciarme en el idealismo de Berkeley; el tablero de ajedrez le bastó para las aporías eleáticas.» Asimismo, hay en la historia un sueño-pesadilla directamente extraído de los terrores nocturnos de Borges. El narrador sueña –y aquí es donde entra el horror según la concepción del argentino– “con un grabado a la manera de Piranesi”, que representa un laberinto:
Era un anfiteatro de piedra, cercado de cipreses y más alto que las copas de los cipreses. No había ni puertas ni ventanas, pero sí una hilera infinita de hendijas verticales y angostas. Con un vidrio de aumento yo trataba de ver el minotauro. Al fin lo percibí. Era el monstruo de un monstruo; tenía menos de toro que de bisonte y, tendido en la tierra el cuerpo humano, parecía dormir y soñar. ¿Soñar con qué o con quién?
Es ésta una de las más antiguas recurrencias en la obra de Borges. Roy Bartholomew cita al escritor en una de las conversaciones entre ambos y Antonio Carrizo (Borges el memorioso):
Tenía mi padre un volumen publicado por una editorial de París. De estos tomos rojos con adorno y letras de oro. Y ahí estaban las siete maravillas del mundo, entre ellas el laberinto, una suerte de anfiteatro con hendijas muy angostas y artificios cerrados. Se advertía que era alto, más que los hombres y los cipreses. Yo pensaba: si tuviera una lupa y la suerte de poder ver bien, podría descubrir el minotauro.
Borges también recurre a esta imagen para ilustrar los caminos por los que corre el alma libre durante el sueño, en su conferencia “La pesadilla” (Siete noches), y Rodríguez Monegal apunta esta misma anécdota en su biografía.
Así pues, nos encontramos en el reino de la pesadilla, dentro de un cuento dedicado “a la memoria de Howard P. Lovecraft”. La figura del monstruo echado anuncia el horror final de la narración; sin embargo, antes de la revelación, el hombre habla del nuevo habitante de la Casa Colorada, Max Preetorius, quien la adquirió quizá con fines no muy cristianos y tras cuya llegada hay un perro decapitado, araucarias taladas, la transformación del moblaje de la casa y ciertas alusiones veladas a un horror desconocido: “La abominación tiene muchas formas”.
Una forma, precisamente, es lo que precipita el desenlace del cuento. El narrador se ha introducido subrepticiamente en la casa, en una oportuna noche de tormenta, y se encuentra en medio de un horror inconcebible para el ser humano. Característico en Borges, el terror no viene de la atmósfera (a diferencia de Lovecraft), sino de la reflexión filosófica:
Para ver una cosa hay que entenderla. El sillón presupone el cuerpo humano, sus articulaciones y partes; las tijeras, el acto de cortar. ¿Qué decir de una lámpara o un vehículo? El salvaje no puede percibir la biblia del misionero; el pasajero no ve el mismo cordaje que los hombres de a bordo. Si viéramos realmente el universo, tal vez lo entenderíamos. Ninguna de las formas insensatas que esa noche me deparó correspondía a la figura humana o a un uso concebible. Sentí repulsión y terror.
El narrador se encuentra en pleno delirio reflexivo (el que incluye, borgianamente, alusiones a Lucano, a la anfisbena, al “monstruoso habitante de la monstruosa casa” y al horror último de los espejos) cuando de pronto debe huir, y en la escalera siente ascender algo, con toda la angustia de los adjetivos borgianos y lovecraftianos, “opresivo y lento y plural”. No se niega a la curiosidad y no cierra los ojos, con lo que da lugar a un desenlace extratextual, en el que suponemos el enfrentamiento del terrestre con el extraterrestre.
Antes, Borges ya había hecho decir a su personaje-narrador las palabras exactas para definir el miedo de índole intelectual que lo asalta y sacude:
¿Cómo sería el habitante? ¿Qué podía buscar en este planeta, no menos atroz para él que para nosotros? ¿Desde qué secretas regiones de la astronomía o del tiempo, desde qué antiguo y ahora incalculable crepúsculo habría alcanzado este arrabal sudamericano y esta noche precisa?
Esta precisa, unánime noche, hay un cuento póstumo de Lovecraft que no es tal y que sirve de vehículo para que otro creador de citas apócrifas teja el problema de la percepción del mundo, del sueño y de la pesadilla. También, el primario y terrible asunto del tiempo, tanto el que transcurre desde el aprendizaje de las aporías eleáticas en un tablero de ajedrez hasta la llegada de un nuevo inquilino a la Casa Colorada, como el que separa a este mismo inquilino de nosotros, y que quizá sea un tiempo inaccesible a nuestros limitados sentidos.
Con todo, el tiempo como tema también hermana a Borges y Lovecraft. En efecto, poca es la distancia que priva entre las declaraciones siguientes:
Borges, citado por Waldemar Verdugo-Fuentes (En voz de Borges):
El tiempo es un problema para los hombres. Un tembloroso y exigente problema. Acaso el más vital de la metafísica.
Sigo tan perplejo y tan trabajado por esta incógnita del tiempo como al principio de mi interés.
Lovecraft, en “Nota sobre los escritos de literatura fantástica”, de La noche del océano:
La razón por la cual el factor tiempo juega un papel tan importante en muchos de mis relatos es debida a que es un elemento que vive en mi cerebro y al que considero como la cosa más profunda, dramática, espantosa y terrible del Universo. El conflicto con el tiempo es el tema más poderoso y prolífico de toda expresión humana.
Es precisamente esta perspectiva del tiempo la que une, amén de todo lo mencionado, a Lovecraft y Borges, si bien cada uno la maneja en distintos niveles: Lovecraft, desde sus cuentos dunsanianos ubicados en una época remota y mágica, hasta los abismos temporales y de la identidad individual de “The Shadow Out of Time”; Borges, desde su sensación del “Sentirse en muerte” en El idioma de los argentinos (1928); citada en Historia de la eternidad y repetida en Otras inquisiciones), hasta la manufactura de cuentos como “El milagro secreto” y “El inmortal”.
Ambos escritores construyen, pues, sus ficciones, sus mitos, con elementos que se conjugan hasta formar una estructura, sobre la cual se fundan sus edificios narrativos y que luego dará lugar a la sistematización de obsesiones y recursos, al señalamiento de recurrencias, a la identificación de filias y fobias personales en cada uno de los casos.
Si un hombre es todos los hombres, como querría Borges, Lovecraft colaboró con el argentino para dar origen a “There Are More Things”. Aquí están Borges y Lovecraft, y están Poe, Shakespeare, los compadritos muertos, la tradición argentina y la anglosajona, las enseñanzas del padre, los libros… Está todo, y eso da la dimensión fantástica del cuento borgiano. De los mitos de Lovecraft a los mitos de Borges, si seguimos con esta línea de pensamiento, sólo hay un paso: ambos son resultado de la imaginación de un solo hombre, a través del tiempo y del espacio, a través de Providence y Buenos Aires, en colaboración consigo mismo.
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