La espiga
Los días quince, dieciséis y diecisiete llovió sin parar. Cuando la gente volvió a salir de sus casas un cielo azul asomó más allá de las montañas desde dondequiera que hubiese estado escondido, tras unos días de meditación que no le vinieron mal a unos cuantos, y que pusieron en orden las relaciones conyugales de no precisamente otros pocos; pero menos que los que, más que ordenarlas, las extraviaron. Pero lo más