El son de tus alas (II)
[...] No tardó en hallarlo. La narradora eligió un pequeño promontorio junto al cauce del río, con una gran piedra que las mujeres habían estado usando para golpear la ropa mientras lavaban. Resopló un poco el lugar donde iba a sentarse, sacudió con un gran pañuelo otro poco más —en un gesto de cuidadosa preocupación por la suciedad— y procedió a tomar asiento, cruzando las piernas, con la espalda recta, el cuello