«Un río corría cerca de Bavduin, y cada noche los muertos se acercaban a las aguas en su viaje de vuelta a la fría tierra de sus propios tiempos y países. Allí invocaban a los dioses y guardianes de los muertos de su pueblo, y los espíritus se mezclaban en el aire como bestias enloquecidas, luchando y destruyendo con ira ciega.
Todas las cosas de este mundo nacieron de las mentes de los hombres, y como todos los hombres estaban locos, las criaturas fueron locas, corrían locamente…»
¿Quién era yo? ¿Por qué me siento tan vieja? ¿Por qué me siento tan vieja, por qué tengo tanto frío?
«Un fuego arde en la Tierra del Espíritu del Ave,
en la Tierra del Espíritu del Ave yace mi amado.
Una tormenta azota la Tierra del Espíritu del Ave,
dispersaré a las negras aves carroñeras.
Velaré sobre los restos y cenizas de mi amado,
estaré con él en la Tierra del Espíritu del Ave.
Un fuego arde en la Tierra del Espíritu del Ave.
Mis huesos arden.
Allí debo ir."
Las cenizas de mi amado se dispersan con los últimos vientos en la brisa de la tarde.
Sus huesos ardieron, su carne se dispersó en el aire.
Dispersé a las negras aves carroñeras.
Y mis lágrimas apagaron al fin los fuegos de la tarde en la pira del último invierno.
Lloré sobre las cenizas de mi amado.
Todos mis recuerdos, toda la pasión que juntos compartimos.
¿Quién ordenó a este viento que secara mis lágrimas?
Yo no lo quise, él no tuvo tiempo de advertirlo.
Sobre la pira de mi amado pasé la última noche, iluminados juntos por la luz de las estrellas.
Agité los brazos, exhausta, y caí rendida, mientras los negros pájaros nos picoteaban.
Se llevaron al fin su alma, se llevaron mis recuerdos. Y toda la felicidad que juntos compartimos.
Es esta tierra que me atrapa, y que requiere cuanto se le antoja.
Hoy se llevó las cenizas de mi amado, hacia el confín de la tierra marchita.
Hoy se llevó su espíritu muy lejos, al final de todas las cosas, donde los mundos colisionan y estallan en fuegos carmesíes.
Mi amor se extinguió en su pira, elevándose al cielo en una humareda fragante. Terciopelos en la brisa, ahuyentando la frescura de poniente. Caí rendida, ya no puedo más. Mi amor ardió en el último invierno, en el fuego que se llevó a mi amor.
Aquí yace mi amado, solo las cenizas recorren mis manos. Y de mis ojos olvidé la ternura que juntos compartimos, en su pira se separó del mundo para rondar hasta el fin de los días en la amargura de este invierno.
Ardió en la tierra del espíritu del ave.
Los pájaros, siempre están presentes. Esta tierra baldía y solitaria, tan solo visitada por los gélidos vientos de poniente.
Este fuego, tú y yo, y la luz de las estrellas.
Estoy bañada en tus cenizas. Ya no quiero volver a caminar.
En la tierra del espíritu del ave, perdí todo cuanto tuve.
Mi amor se consumió, los pájaros se llevaron nuestro corazón. Mi amor, mi amado, ardió hasta que salieron las estrellas. Y yo, sigo aquí mis días y mis noches, tendida entre sus cenizas… ya no puedo más.
Mi amor ardió, y en su pira yací tendida. No sé por cuánto tiempo. Todo cuanto tuve, se elevó a los cielos anegados de llanto. Todo se consumió, y el amanecer no volvió a visitarnos mientras sus cenizas no estuvieron frías.
Las aves finalmente se dispersaron llevándose sus tesoros. Yo no lo advertí, pues allí pasaron largas las horas. Interminables en un sueño inacabable. Los negros pájaros mensajeros se llevaron la razón, mi ira y mi llanto. Ellos me reclamaron lo que es suyo y me rogaban con sus graznidos que era mi obligación permitirles terminar su tarea. Pero los azoté con mis brazos, algunos cayeron dolidos, para sumarse nuevamente a la nube negra que revoloteaba sobre la pira de mi amado.
Cumplieron con su cometido, a pesar de mis gritos y mi llanto. Y negros se dispersaron cuando de mi amado no quedó más que un puñado de arena entre mis dedos, que el viento dispersó, siempre hacia poniente.
Y en este fuego, tú y yo, y la luz de las estrellas.
Bañada en tus cenizas, ya no quise volver a caminar.
En la tierra del espíritu del ave. Te perdí para siempre, te vi terminar.
Lloré sobre las cenizas de mi amado, dispersé a las negras aves carroñeras.
Y presencié finalmente, tal como predije así, tu final.
Quieran las luces del cielo darme una esperanza.
Y el ánimo para levantarme desde tus cenizas.
Pero hoy no, hoy déjame dormir, y no despertar jamás de toda esta ruina.
Es duro cuando pierdes algo que sabes bien que nunca podrás recuperar. Es duro cuando recuerdas lo que tuviste, pero te descubres incapaz de volver a sentirlo.