En el país, los granjeros siguieron trabajando como siempre durante el día, pero al anochecer cuchicheaban junto a las chimeneas y por las noches soñaban. Peter Dickinson. ”Los Sueños de Merlín.” |
Revisión del apartado: "Una visión general"
Los pocos que conocen sus tierras y tienen la suerte de conocer sus mapas, comentan que el gran continente central en Dyss se asemeja al Gran Dragón de Bronce luchando contra el Pájaro Grifo de los territorios inferiores. Pues esa es la imagen que nos sugiere si lo contemplamos igual que se contemplan las nubes del cielo, intentando vislumbrar formas fantásticas en ellas. Sean o no dos bestias luchando lo cierto es que, más veces de las que resultan tolerables, la tierra se sacude en terroríficos temblores, como si las mismas fauces del mundo pugnaran en su lucha por ocupar un lugar sobre todas las cosas, a la luz de las estrellas.
La Tierra de Dyss, o simplemente Dyss, es el continente central de un mundo que recibe a su vez el mismo nombre. Un vasto territorio ―por lo general bastante frío― quebrado por una enorme grieta que, serpenteando, lo divide de norte a sur a lo largo de toda su sección transversal. La mayor parte de sus regiones están recubiertas por lo que nosotros llamamos El Bosque Primario, un vasto manto vegetal que ha sobrevivido desde épocas remotas del pasado hasta nuestros días.
El nombre de esta tierra se aplica también a lo que entendemos como el mundo en su totalidad. Aquellos que lo denominaron así poco sabían de los misterios que se escondían más allá de los océanos, y quisieron poner un nombre a la hermosa tierra que se extendía ante sus ojos. Por lo tanto, cuando hagamos uso del nombre, “Dyss”, nos estamos refiriendo en algunos casos al continente central y en otros al mundo en su conjunto. Cada región, y las distintas culturas que las habitan, tienen su propia forma para definir al mundo en el que viven; sin embargo, el nombre genérico, Dyss, es el más utilizado en casi todas.
La masa de tierra central es un territorio de vastas proporciones rodeado por un muy profundo océano circundante. Ocupa más de dieciséis mil kilómetros de Este a Oeste y unos doce mil quinientos kilómetros de Norte a Sur aproximadamente. Pero estas distancias son meras estimaciones ya que, en Dyss, existen pequeñas áreas de menos de un kilómetro de ancho en los que la simple idea de entrar por un lado y salir por el opuesto se puede convertir en una tarea tan complicada que harían falta varias vidas humanas para poder llevarla a cabo.
Tanto en sus límites más orientales como en los occidentales, de Meridión a Septentrión, inmensas masas montañosas flanquean sus territorios interiores. Algunas de estas montañas son tan elevadas que apenas se distinguen sus cumbres existiendo, literalmente, otro mundo allí donde la tierra roza las estrellas. En ellas, la mayor parte de las criaturas de las áreas inferiores son incapaces de aventurarse, transcurriendo las vidas de muchos de los seres que allí viven ajenos al mundo que existe más abajo. Aunque se tiene certeza de estos lugares gracias a las narraciones de aventureros y comerciantes, tanto de uno como del otro lado, son escasas las noticias que nos llegan de ellos, lo que provoca que en muchos casos se consideren sitios de leyenda.
Con frecuencia las montañas resuenan, emitiendo bramidos ensordecedores, logrando con ello hacer rechinar a su vez al mundo entero, lo que es capaz de llenar de pavor hasta el corazón más valiente pues suelen ser éstos avisos de cambios en el orden del mundo. Ello se debe a que Dyss decide, ordenando y desordenando sus tierras. Todos, o casi todos, sus habitantes lo aceptan como algo cotidiano; tan cotidiano como que sale el sol cada mañana y que hay un día de cada estación en que el sol no sale ni se pone por ninguna parte. (*Ver calendario).
A lo largo de todo su perímetro, el Continente Central se encuentra rodeado por el Mar Circundante. Un océano extremadamente profundo y peligroso azotado por frecuentes tormentas. Por si fuera poco, se encuentra también infestado de criaturas guardianas ―y de muchos de sus vástagos―, que tratan de impedir que los viajeros se alejen demasiado de sus costas animados por la idea de pretender alcanzar las lejanas tierras de “Conundrum”; nombre que recibe el anillo-barrera de tierras exteriores que rodean la masa de tierra central más allá del mar. Las tierras exteriores reciben denominaciones específicas dependiendo del área, y de si se trata de su región meridional o septentrional.
En algunos lugares, regiones del océano reciben nombres específicos, designando zonas o estableciendo límites alrededor del Gran Continente. Archipiélagos y pedazos de tierra de mayor y menor tamaño salpican su perímetro, albergando algunas de ellas pueblos, razas, gentes y civilizaciones que traen consigo historias de mares lejanos que iremos explorando más detenidamente con el tiempo. Las más importantes entre ellas son: "Las Tierras de Kalessin", al Oeste; "La Tierra maldita de Uro", al Suroeste y "Cadena Santuario", al Noroeste.
Si algún audaz viajero es capaz de alejarse lo suficiente, teniendo la “fortuna” de poder aproximarse a “La Gran Barrera de Conundrum”, descubrirá que antes de arribar a sus costas el anillo de tierras exteriores se halla salpicado de miles y miles de islas, cada una poblada por circunstancias extrañas que las hacen únicas. La tierra del Gran Continente Exterior y las miles de islas que la preceden constituyen un vasto mundo de regiones míticas.
Antaño este profundo océano no existía, coexistiendo la tierra con el agua de manera que la primera triunfaba sobre la segunda. Y es que en Dyss, en sus orígenes, el área que ahora ocupa el océano se trataba en su mayor parte de una vasta extensión de territorio de miles y miles de kilómetros cuadrados, hasta que éste comenzaba a desdibujarse al pie de los abismos de las zonas blandas, allí, donde la realidad empieza a convertirse en caos, y donde todo lo que es conocido comienza a desvanecerse. Algunos mares existieron ya en los orígenes, dotados de brisas amables que invitaron a contemplar las aguas desde sus orillas; en aquellos tiempos, hogar de muchas criaturas. Se esparcían entonces por la tierra aquí y allá, como enormes lagos que podían denominarse mares si se pretendía ser más preciso. La tierra se extendía entonces libre de impedimentos, y sus seres podían desplazarse de un borde del mundo hasta el otro si así les parecía.
Pero Dyss deshizo al mundo una vez más volviéndolo a rehacer a su voluntad, desbaratando también con ello tales libertades. En su deseo de salvaguardar a las criaturas del terror que les provoca atisbar el borde de los abismos del mundo, circunscribió a la mayoría de los seres al Continente Central, abriendo una barrera natural, un impedimento que contuviese todo lo que pudiese suponer un peligro para ellos; algo que no deja de ser bastante contradictorio.
La mayoría de los seres quedaron así confinados al Gran Continente, y un peligroso río-océano estableció la primera de las grandes fronteras. La segunda fue elevada justo en el borde de las tierras que se encuentran más allá, a lo largo de toda su costas, en la forma de una cadena montañosa de dimensiones desproporcionadas; una sucesión de tierras que se yerguen hasta alturas imposibles, donde la nieve y los hielos eternos tienen la misma edad que la de las tierras que cubren. Dyss, en su mayor parte, se trata de una tierra muy deshabitada, pero a su vez muy celosa por tratar de proteger a sus habitantes de los peligros que puedan venir de más allá del borde del mundo.
En la región más al Sur del Continente Central se abre un extenso brazo de mar que se adentra ampliamente en el interior del continente. El estrecho que hace de vía de entrada se encuentra flanqueado por Las Esfinges, la obra maestra producto de un imperio hoy desaparecido que, con sus más de dos kilómetros de altura, vigila desde la costa esa porción del océano. Un estrecho que precede a lo que más tarde se conoce como una región llamada “Mar de Cristal".
Rodeando en una suerte de espiral la península en la que una vez floreció una de las civilizaciones más prosperas que jamás hayan existido, esta porción del océano termina en una región de aguas tranquilas. Un área que ahora yace en el silencio, y en donde los escasos supervivientes de este antiguo pueblo dedican sus vidas a tratar de preservar cuanto queda de otros tiempos, afanándose en tratar de cuidar a su vez de los espíritus de sus antepasados. Esta región una vez vio crecer grandes reinos que, prosperando y expandiéndose, se extendieron a lo largo de las orillas que forman las costas del "Mar de Edith", también llamado "Mar de Oro”. Llegado el momento su cultura se extinguió, desapareciendo en la práctica, dejando tras de sí los ásperos huesos de sus ruinas.
Como ya he comentado al principio, el Continente Central de Dyss está dividido por una enorme grieta que, con el paso de las eras, la divide en dos partes que se van separando cada vez más. Ya el agua de los cauces de los ríos, predecesores de una lengua de mar que se adentra más y más dentro del territorio, se ha ido encargando de llenar el hueco que se está formando en el eje del mundo. La cicatriz se extiende desde el norte remoto, describiendo la forma de una serpenteante "S", hasta desembocar precisamente donde termina la espiral que forma el brazo del mar interior, justo en el "Mar de Edith"; de lo que podemos deducir que este brazo de mar se trata pues de la parte más ancha de la enorme cicatriz. Con cada movimiento de las profundidades de la tierra, "la cicatriz de Erin", que es como se denomina la colosal grieta del mundo, aumenta, provocando graves movimientos de tierra que en esas áreas cambian con frecuencia rasgos de la geografía.
De esta cicatriz resulta una de las regiones más espectaculares de Las Tierras de Dyss: "El Río del Viento"; hogar del "Pueblo del Viento”, también llamados “Los Constructores de Aves". Un pueblo alado que cruza, suspendido en las fuertes corrientes de aire presentes en la zona, enormes distancias sobre los abismos, que aquí alcanzan proporciones colosales. El Río del Viento constituye un inmenso cañón de miles de kilómetros de largo por cientos de kilómetros de ancho, con una profundidad en algunos puntos semejante a la de su anchura. Se genera aquí una intensa corriente, semejante a un río de aguas caudalosas, al verse atrapados los vientos del Noroeste dentro de este inmenso canal, lo que constituye una vía de comunicación para los pueblos que habitan en él. Otras criaturas se han adaptado muy bien a vivir en el área, aprendiendo de las aves sus secretos para poder surcar las corrientes, haciéndolas navegables y estableciendo incluso moradas flotantes que son transportadas por éstas según su voluntad. No obstante, se trata de pueblos que suelen resultar hostiles con los extraños, por lo que las noticias que se tienen de ellos son bastante excepcionales.
Regiones Cambiantes
Algunas regiones de nuestro mundo son calificadas como “Regiones Cambiantes”. Esto indica precisamente lo que se pretende, es decir, que se trata de áreas que mutan con frecuencia. “La Tierra de Dyss", en general, se trata de una tierra muy caprichosa. Casi todo su territorio tiene la peculiaridad de sufrir cambios frecuentes, pero en algunas zonas más próximas al exterior, en el Continente Periférico y en todas aquellas áreas del Continente Central calificadas como “Cambiantes”, resulta inimaginable cómo de caprichosa puede llegar a ser.
A veces, regiones enteras se transforman para volver meses o años después a su forma original, aunque esto sólo suceda en raras ocasiones. El porqué de estos cambios supone un misterio para la mayoría, siendo la única verdad aplicable el que se trata de la voluntad de Dyss, un mundo consciente, capaz de tomar decisiones y de poder alterar su morfología a voluntad. En cierto modo resulta hasta lógico, pues todo cuanto percibimos como nuestra realidad tangible es el resultado, no solamente de los pensamientos y de los sueños de nuestro mundo, sino también de los sueños de todos sus habitantes.
En cualquier caso, es posible aún hacer mapas del territorio, pues éste posee una forma “base” definida a la que suele regresar tras haber transcurrido algo de tiempo; como si ese se tratara de su estado nativo original. Además, los cambios suelen ocurrir a pequeña escala y por lo general en regiones de pequeña extensión.
Siempre refiriéndonos al Continente Central, los cambios que se producen en la morfología del territorio no funcionan de forma tan predecible en las “Regiones Cambiantes”, situadas sobre todo al Norte del continente, con algunas otras muchas excepciones aisladas en puntos dispersos por toda su geografía. De estos parajes se conoce una forma genérica, pero sus detalles ahora, antes o en la próxima estación resultan una incógnita. Las Regiones Cambiantes están sujetas a alteraciones de su morfología con mayor frecuencia que el resto de las otras áreas, por lo que allí los mapas sólo sirven como una guía aproximada; más con la idea de poder reconocer ciertos cambios y señalarlos, usándolos como puntos de referencia, que como mapas de uso corriente.
Es en estas regiones donde el flujo del tiempo relativo sufre las alteraciones más graves, acelerándose o ralentizándose de forma dramática. De todo esto deducimos que de querer visitar estas áreas resulta muy conveniente poseer un buen motivo, siendo bastante intrigante averiguar qué asuntos puede llevar a cualquiera a querer adentrarse en ellas. Lo más paradójico es que se conoce la existencia de habitantes en estas regiones. Seres que, desde luego, se encuentran adaptados a sus peculiaridades, siendo capaces no sólo de poder moverse libremente a través del flujo del tiempo sino también de perdurar ajenos al flujo de los cambios que se producen a su alrededor, y que de otra manera los destruirían irremediablemente. Un viajero no nativo que desee adentrarse en estos parajes ha de tener mucho cuidado si no quiere ser aniquilado por las enormes fuerzas que operan aquí.
Los límites del mundo
Como hemos visto, más allá del “Mar Circundante”, muy lejos de la costa a miles de kilómetros mar adentro, un gigantesco cinturón de tierra helada rodea al Continente Central. Tras éste comienzan, sin saber ni dónde ni cuándo "Las Zonas Blandas", límite a su vez del Continente Periférico y última frontera de nuestro mundo conocido. Allí la realidad empieza a "desgastarse" convirtiéndose la hechura de las cosas en algo tenue y desmadejado. La realidad (un término motivo de importantes discusiones en Dyss)empieza a convertirse en "una muñeca rota" en esas áreas,con todas las consecuencias. Pero aunque parezca imposible, al igual que en las Regiones Cambiantes también existen habitantes en las Zonas Blandas; seres de una naturaleza eso sí, que escapa a la comprensión de la mayoría, con la excepción de unos pocos.
El fin del mundo lo llaman algunos, el límite de las cosas lo llaman otros. Lo único cierto es que si existe la gigantesca catarata fantástica que delimita al mundo desde luego que se encontraría aquí; un lugar del que todo el mundo habla pero que nadie ha visto jamás excepto aventureros con mucha imaginación. Porque sí, el mundo se acaba, y lo que no se sabe muy bien es si se acaba aquí o si existe un mundo nuevo y diferente poblado por otro tipo de criaturas más allá de las misteriosas tierras que circunscriben nuestro mundo, frontera natural del mundo conocido.
Si existen más tierras éstas deben encontrarse más allá de este vasto cinturón de tierra helada antes de que comience a desvanecerse la realidad. Según algunos aventureros, se tiene constancia de haberlas hallado tras la enorme barrera extendiéndose inalteradas hasta que se agotan las provisiones, la paciencia y la cordura de los que alguna vez se han atrevido a adentrarse en ellas. Lo único seguro es que si existen, el mundo se termina igualmente después de aquellas, tal y como ellos mismos confesaron tras haber regresado de su odisea.
Una verdad que no tiene discusión pues tarde o temprano nuestro mundo termina. Puede que sea desdibujándose la realidad o rompiéndose la existencia poco a poco en fragmentos más y más pequeños; puede que volviéndose el mundo cada vez más tenue para desmañarse como un borrón al final; o bien, concluyendo en una catarata ensordecedora y rutilante al borde mismo de las estrellas de la noche. Da igual, los espacios del mundo concluyen en algún momento.
Desde luego son muy pocos los que quieren indagar sobre ello, aunque ten la seguridad de que más de uno estaría dispuesto a querer averiguar la verdad, embarcándose en una aventura sin precedentes aún a riesgo de disolverse en el olvido, desmadejarse como un ovillo o de precipitarse por el borde del mundo, en una caída infinita hacia las estrellas.
Un final muy al estilo de la atmósfera a la que aquí estamos acostumbrados.
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