Maede dormía en silencio, recostada en un diván de hierro forjado, tapizado de almohadas de terciopelo. Al recostarse en él, el hierro había dejado entrever su esencia de ramas y hojas, con el que estaba tejido todo el lugar. Y una miríada de flores la rodeaban. En su sueño, las flores se agitaban al compás de su respiración.

Faltaba poco para el alba. Contemplaba las estrellas a través de la bóveda descubierta. Las nubes se habían abierto, y la luna llena caía llenándolo todo de reflejos plateados.

Decidí quedarme con aquel atuendo. Medias azules, zapatos de hebilla, chaqueta larga de color cereza, y un encaje blanco anudado en el cuello, con camisa de seda. Me sentía cómodo. Me sentía en paz.

No tenía miedo.

Y algo, se estaba aproximando.

Pero teníamos tiempo. Kalessin, había puesto rumbo a este lugar, volando con toda la velocidad de que era capaz, después de alertarme mentalmente.

Teníamos además otro visitante. Un visitante inesperado, eso si.

Me miraba desde una esquina, sin atreverse a salir a la parte embaldosada donde caía la luz de la luna. Sus ojos brillaban, diminutos, amarillentos. Hermosos como la propia luna.

- Ven, -le dije dulcemente...

- Anda, ven - No tengas miedo niñita. - Repetí, con la voz más suave de la que era capaz, sin despertar a Maede.

- Ella maulló, y lentamente, se acercó. Me olisqueó en la distancia, para finalmente venir a mi regazo, como hace siempre, y ronronear con los ojos entrecerrados.

-¿Cómo has entrado, pequeña ladrona? - le dije muy bajito - kalessin vigila las fronteras, y nada escapa a su vista aguda. -!Ah! olvidaba que los gatos, pueden pasar a través de las puertas más ocultas. Y en verdad que nos harás mucha falta, pues buscaremos entradas secretas, entradas que serán invisibles a nuestros ojos.

- Los gatos sois criaturas de la noche, - le dije mientras la acariciaba - teneis el poder de ir allí donde nadie puede ir. De descubrir lo invisible. - Sois, criaturas míticas.

- Pero mi querida gatita, no podremos llevarte con tu forma actual. Habremos de pedirle a Morpheo, el rey del sueño, que nos preste el nombre de su fiel amigo, y su forma. Para que puedas ir allí donde nadie más llegará, a recoger llaves perdidas. Espero que el rey del sueño, no se ofenda, y mucho menos sus admiradores.

- Y sois animales, muy semejantes. - Te gustará.

Ella maulló timidamente, como preguntándome, qué le tenía reservado.

Cogí la copa de vino, mezcle algo de tierra de las uniones de las baldosas, saqué una pluma negra del bolsillo, y lo agité con dos de mis dedos.

Lo escancié ligeramente sobre su cabecita, solo unas gotas, que la hicieron protestar, y agitar la cabeza sacudiéndosela de líquido.

Me levanté, y esperé...

- El gato negro, comenzó la transformación, su pelaje vibró como las puas de un herizo, y sus patas traseras se acortaron a la par que las delanteras se alargaron. Su cabeza cambió, y en una bola confusa, la gata se transformó en un pájaro negro. Que voló sobre mi hombro.

- Mi querido Mathew, pues este es el nombre que te doy en esta hora. El cuervo del señor del sueño. Ahora serás mi compañero, para mirar donde yo no puedo mirar. Y para entrar en los lugares ocultos que nos están velados.

- El cuervo agitó las alas, graznó con un ligero toque felino.

- Bueno, Kiena, - le dije - tranquila, ya te acostumbrarás...

El cuervo volvió a graznar protestando.

- Los cuervos y los gatos teneis inteligencia parecida, además no te quejes, que todo el mundo sabe, que los cuervos, pueden hablar. ¿No es cierto?

- Era la primera vez, que escuchaba maullar a un cuervo.

- Bueno, - le dije encogiendo los hombros, -veo que no estás de humor. Lo acaricié, y al rato pareció tranquilizarse. Se quedó en el hombro, supongo que meditando sobre su suerte onírica. Además de, la nueva experiencia.

- Y ahora, es el momento de visitar a una amiga...- le comenté al cuervo, algo preocupado.

Nos acercamos al retoño del roble. Sus flores se hallaban cerradas, al aproximarme, se abrieron repentinamente.

Dudé unos instantes, pero finalmente me decidí...

- ¡Edanna!

El pequeño roble permanecía quieto, inmutable.

- ¡Edanna!

Quizás...no fuera posible lo que tenía en mente.

Solo el silencio de la noche acudía a mi llamada. Me puse en cuclillas, Mathew voló y se posó en una rama baja.

Al cabo de un buen rato, en el que ya dudaba del todo de que entendiera mi ruego, el roble comenzó a retorcerse.

Primero sus ramas altas, que espantaron a Mathew, este, voló al respaldo del diván donde reposaba Maede. Comenzaron a agitarse, al instante, las más bajas y gruesas, se removieron. Comenzaron una danza extraña e hipnótica, ramas y flores se retorcian en movimientos ondulados, serpentinos, se conformaron los unos con los otros. De las ramas gruesas salieron pequeñas hebras, y todas juntas; ramas finas, hebras y flores, formaron lo que se podía llamar un rostro.Lentamente, se tejieron unas a otras, mostrando el rostro de ella. Como en un lienzo, de pequeñas ramas, de pétalos azules. Un tapiz con forma de rostro humano.

En el tapiz que se aproximaba a lo que yo conocí, estaba ella. Con sus pupilas blancas, su piel marfileña y ese pelo blanco como la nieve. La albina que me acompañó durante tantos años. Sentí una aguda punzada en el corazón. Una punzada de melancolía, de recuerdos, de horas llenas, de risas con ella y miles de aventuras. Una punzada por las suyas propias. El tiempo, comenzó a detenerse de nuevo, y esta vez por un inmenso cariño, por mi amiga más querida de antaño. Ahora, atrapada en espíritu de roble.

Y de hebras finas y corteza de roble se me presentaba ahora ante mí, atendiendo a mi desesperada súplica. Con su mirada astuta y burlona, sus labios finos, nariz pequeña, le brillaba la inteligencia en cada comisura, en cada pliegue de su piel sin marcas. Edanna, la bruja albina. Estaba frente a mis ojos, mirándome directamente. Una vez más.

-¿Y me llamas, llamándote a tí mismo? - me dijo con su voz modulada -¿ Pues que premura tienes ahora, mi querido niño, que así me llamas tras tantas lunas de silencio?

- ¡Edanna! yo...- no podía decir más.

- No sufras cariño, si estoy aquí es por elección propia, y en este tiempo, el tiempo que ha transcurrido mucho ha de haberte enseñado. Y sobretodo, que tienes la fuerza necesaria en este instante para enfrentarte al que te quiso confundir. Pues bien sabes que aunque tú y yo somos entidades diferentes, tú me creaste, y soy parte de tí. Así que al llamarme por mi nombre, te llamas a tí mismo. Sin dejar de ser el muchacho que creó a la albina.

- Y él se acerca - le dije, cabizbajo.

- Puedo sentirlo, ha salido del corazón del bosque para perseguirte él a tí, no tú a él. Llegará aquí pronto. - Me contestó.

-¿Y qué puedo hacer? -le pregunté.

-Por de pronto has hecho bien en llamarme, -me dijo con su sonrisa encantadora. -Que aunque atada a este árbol, puedo ir contigo, solo has de saberlo. No estoy en este árbol, formo parte de tí. Aunque tú me hayas puesto aquí para mantenerme viva.

-Pensaba que me controlabas por completo. - Le dije dolido conmigo mismo.

- Aunque no era así, así te lo hacía él creer, hiciste bien en cada caso. Mi propia historia, tenía que completarse. Y mi espíritu, habitar el árbol, pues esa es la esencia de mi propio mito. Y mi ciclo, se renueva pronto. - Soy la hechicera que habita el espíritu del roble. Guío al niño y le hablo para que se haga hombre y fuerte como poderoso en la magia, y le defiendo de la entidad que viene más allá de la morada de los dioses, mi propio mito, se cierra.

- Y no temas usar tu nombre que es el mio. Pues Edanna te llamas, como Edanna llamaste a la que tú creaste, y todo lo que yo soy, forma parte de tí.

- Yo la escuchaba, deseoso de abrazarla, en aquella leve oscilación de ramas que casi de manera inquietante se mantenían encorvadas para formar aquel tejido de hebras finas. Aquel rostro fantasmagórico formado por la magia del espíritu del roble.

- ¿Qué he de buscar? le pregunté.

- Lo sabes bien, -me contestó- Un invierno. Has de encontrar siempre un invierno, siempre hacia atrás en tu mente, siempre al más remoto pasado. Yo iré contigo. No temas. Siempre estoy contigo.

- Lo sé Edanna. Siempre estás conmigo. Eres parte de mí. Yo te creé con mis manos inmóviles, y mi aliento. Y me has dado aliento en verdad todos estos años.

- Cariño, me dijo Edanna.- Lo que haya de sobrevenir sobre nosotros, no significará más, que la eterna lucha, pues tú y ahora tu compañera, teneis vuestra propia historia. Una historia, un mito, que habeis de cerrar, como todas las criaturas del bosque.

- Siempre has estado a mi lado Edanna, te he echado tanto de menos.

- Y siempre a tu lado he estado, me dijo sonriéndome con dulzura. -pero has de aprender que nunca nos hemos separado, me llevas en tu interior, tu parte femenina, y esa femeneidad soy yo.

- Y no temo esto, sino que me siento orgulloso, - le dije - de conocer todo esta magia, y este conocimiento de mí, querida Edanna. Pues solo se alcanza el equilibrio y la fuerza con la unión de los más poderoso, de lo masculino y de lo femenino. Este es un conocimiento tan extrañamente perdido.

- Por desgracia, la perdición del hombre. - Comenzó ella...

- Es el olvido. -Finalicé yo.

- Ahora vé, Kalessin ha de llegar pronto, no podeis demoraros, Kalessin y yo nos encargaremos de él cuando llegue. - Me dijo presurosa. - Vé cariño, y que las bendiciones de la Diosa, caigan sobre tí y los tuyos. Adios Edanna.

- Adios Edanna. Volveremos a vernos. -le dije.

Las ramas se desentrelazaron subitamente, y el árbol regresó a su estado normal, con la salvedad, de que ahora resplandecía con matices plateados.

Mirando esto, me fijé en un pequeño espejo que habitaba un rincón. Yo, también resplandecía, mi piel era más blanca. Me veía más delgado, con la tez pálida. La reconocí. Reconocí en mis facciones de repente ligeramente más andróginas, el rostro de ella. Su rostro interior, en mi propio ser. Edanna, en Edanna.

Sonreí, pues sabía, que era astuta, tan astuta, que no solo su parte esencial estaba dentro de mí, sino que la de su propio imago, la que caminaba por estos bosques, se había resguardado en mi propio cuerpo. Y lo supe con certeza, cuando advertí que yo mismo, me quiñaba el ojo.