Tengo en mi bolsa de entretenimientos, la de releer textos que provengan de la máquina del tiempo que es, el flujo constante del presente hacia el pasado. Hoy me encontré con Séneca. Y releer sus textos es un viaje a algún lugar, que siempre nos recuerda la mayor maldición del hombre, que no es otra que su olvido constante.
Capítulo II
Cuando estoy en silencio conmigo solo, me pregunto a qué cosa me parece semejante este afecto de ánimo, y con ningún ejemplo quedo más propiamente advertido que con el de aquellos que, habiendo salido de alguna grave y larga enfermedad, se ven todavía molestados de ligeros accidentes, y aun después de haber de todo punto desechado las reliquias de la indisposición, les inquietan sospechas, y estando ya sanos, dan el pulso a los médicos, desacreditando cualquier calor que sienten. Los cuerpos de estos no están enfermos, sino poco acostumbrados a la salud, sucediéndoles lo que al mar y a las lagunas, que aun después de cesar las tormentas y estar tranquilas y sosegadas, les quedan algunas mareas. Por lo cual es necesario uses, no de aquellos duros preceptos que hemos ya pasado, ni te resistas en algunas ocasiones, ni que en otras te hagas eficaz instancia; basta lo último, que es el darte crédito a ti mismo, persuadiéndote a que vas camino derecho, sin dejarte llevar por las trasversales huellas de muchos que a cada paso van haciendo nuevos discursos, y estando en el camino le yerran. Lo que deseas es una cosa grande, alta y muy cercana a Dios, que es no mudarte. Los griegos llaman a esta firmeza de ánimo estabilidad, de la cual Demetrio escribió un famoso libro; y yo la llamo tranquilidad, porque ni tengo obligación de imitarlos, ni de traducir las palabras a su estilo. La cosa de que se trata se ha de significar con algún término, que tenga fuerza de la palabra griega, aunque no tenga la misma cara. Lo que ahora preguntamos es de qué modo estará siempre el ánimo con igualdad, y cómo caminará con próspero curso, siéndose propicio y mirando sus cosas con tal alegría que no se interrumpa, perseverando en un estado plácido, sin desvanecerse ni abatirse. Esto es tranquilidad: busquemos, pues, el camino por donde podemos llegar de todo punto a ella. Toma tú la parte que quisieres del remedio público, y ante todas las cosas has de poner delante todo el vicio, para que cada uno conozca lo que de él te toca; y con esto verás cuánto menos embarazo tienes con el fastidio de ti mismo, que el que tienen aquellos que, atados a ocupaciones honrosas y trabajando bajo el yugo de magníficos títulos, los detiene en su simulación más la vergüenza que la voluntad. En un mismo paraje están los molestados de liviandad como los fatigados del fastidio y los que viven en continua mudanza de intentos, agradándoles más los que dejaron, como los que hechos holgazanes están voceando todo el día. Añade a éstos los que, imitando a los que tienen dificultoso sueño, andan mudándose de un lado a otro, hasta que el cansancio les acarrea la quietud, formando de tal modo el estado de su vida, que paran últimamente, no en el que les puso el aborrecimiento de mudanzas, sino en el que les acarreó la vejez, inhábil para nuevas empresas. Añade también los que no desisten de ser livianos por dejar de ser inconstantes, sino que por ser perezosos viven, no como desean, sino como comenzaron. Innumerables son las calidades de las culpas; y uno solo es el efecto del vicio, que es el de descontentarse de sí mismo. Y esto nace de la destemplanza de ánimo, y de los cobardes o poco prósperos deseos, que no se atreven a tanto como apetecen, o no lo consiguen; y adelantándose en esperanzas, están siempre instables, accidente forzoso a los que viven pendientes del querer ajeno. Pásaseles toda la vida en industriarse a cosas poco honestas y muy dificultosas; y cuando su trabajo queda sin premio, les atormenta la infructuosa indignidad, sin que el arrepentimiento sea de haber pretendido lo malo, sino de que sus deseos quedaron frustrados; y entonces se hallan poseídos del dolor que les causa el arrepentimiento de lo comenzado y el que tienen de lo que han de comenzar, entrando en ellos una inquietud de ánimo, que en ninguna cosa halla salida, porque ni pueden sujetar a sus deseos, ni saben obedecerlos: de que nace una irresolución de indeterminada vida, y un detenimiento de ánimo entorpecido entre determinaciones; y estas cosas les son más molestas cuando por odio de la trabajosa infelicidad se retiraron al ocio y a los estudios quietos, que no los admite el ánimo levantado a negocios civiles, ni el deseoso de trabajar, por ser de natural inquieto; y así, cuando se ve careciendo del consuelo y deleites que le daban las ocupaciones, no puede sufrir su casa, su soledad y el estar metido entre paredes, doliéndose de verse dejado para sí solo: de que le nace el fastidio y desagrado, y un desasosiego de ánimo poco firme. Cáusales la vergüenza interiores tormentos, y los deseos que se ven encarcelados en sitio estrecho y sin salida, se ahogan: de que resulta el entristecerse y marchitarse, por estar contrastados de infinitas olas de la incierta determinación que los aflige, en que les tienen suspensos las cosas comenzadas, y tristes las lloradas. De aquí principalmente tiene origen el afecto de aquellos que detestando su ocio se quejan en que les faltan decentes ocupaciones; y de ello nace asimismo la envidia de los ajenos acrecentamientos que se alimenta en la propia pereza; y así los que no pudieron adelantarse desean la ruina de los otros. Y finalmente esta aversión a las medras ajenas y la desesperación de las propias engendran un ánimo airado contra la fortuna, y querelloso de los tiempos; y el que se ve retirado en los rincones y reclinado en su misma pena, mientras tiene cansancio de sí mismo, tiene también arrepentimiento. Porque el ánimo es naturalmente activo e inclinado a movimientos, siéndole materia agradable la que se le ofrece de levantarse y abstraerse; y esto es mucho más en unos talentos pésimos, que voluntariamente se dejan consumir en las ocupaciones. Diría yo que a éstos de quien se han apoderado los deseos como llagas, teniendo por deleite el trabajo y fatiga, sucede lo que a algunas heridas que apetecen las manos de quien han de recibir daño, y lo que a la sarna del cuerpo, que se deleita con lo que la hace más penosa. Porque muchas cosas con un cierto dolor dan gusto a nuestros cuerpos, como es el mudarlos de una parte a otra, para refrescar el lado aún no cansado, en la forma que Homero nos pintó a Aquiles, ya puesto boca abajo, ya vuelto al cielo, mudándose en varias posturas, por ser muy propio de enfermos no durar mucho en un estado, tomando por remedio las mudanzas. De aquí nace el hacerse vagas peregrinaciones y el navegar remotos mares haciendo, ya en el agua y ya en la tierra, experiencia de la enemiga liviandad. Unas veces decimos que queremos ir a la provincia de Campania; y cuando nos cansa lo deleitable, pasamos a los bosques Brucios y Lucanos; y tras esto queremos que en la montaña se procure algún sitio de recreación en que los lascivos ojos se eximan de la prolija inmundicia de lugares hórridos; y para esto vamos a Taranto, y a su celebrado puerto y a otros sitios de cielo más templado, para pasar el invierno en las casas que fueron otro tiempo capaces y opulentas a su antigua población. Luego decimos «Volvamos a la ciudad, porque ha muchos días que nuestras orejas carecen del estruendo y aplauso, y tenemos gusto de ver en los espectáculos derramar sangre humana, pasando de unas fiestas en otras.» Y de este modo, como dijo Lucrecio, anda cada uno huyendo de sí: pero ¿de qué le aprovecha, si nunca acaba de ejecutar la huida? Va siguiéndose a sí mismo, con que le molesta un pesado compañero. Conviene, pues, que nos desengañemos, confesando que la culpa no está en los lugares, sino en nosotros, que somos flacos para sufrir mucho tiempo el trabajo o el deleite, nuestras cosas o las ajenas. A muchos acarreó la muerte la mudanza de intentos, recayendo en las mismas cosas sin dar lugar a la novedad de que resultó causarles fastidio la vida y el mismo mundo, diciendo con rabiosa queja: «¿Hasta cuándo han de ser unos mismos los deleites?»
Lucio Anneo Séneca
(Tratados morales)
Es increíble ver cómo desde los tiempos de Séneca a nuestros días la inquietud del ser humano no ha cambiado en absoluto.
¿Cómo es posible que repitamos una y otra vez el mismo ciclo de tormentos y júbilos día tras día, siglo tras siglo? ¿Cómo es posible que no seamos capaces de aprender de las experiencias de los otros, aquellos que lucharon, sufrieron, triunfaron, o fracasaron antes que nosotros? Sería tan fácil aceptar el legado de estos maestros, filósofos, y grandes pensadores, asimilar sus instrucciones, sus experiencias o consejos…y evitar el sufrimiento, de los maldeseos humanos de los que Séneca habla como la envidia, la codicia, la pereza…
Podemos ver cómo a pesar del cambio de los tiempos, países, o culturas, parece ser una necesidad de cada ser humano de sufrir, alegrarse, llorar y reir, en carne propia, en experiencia de primera línea para poder aprender y avanzar a un nuevo estado de conciencia.
¿Cuántos estados de conciencia tendremos que sobrepasar hasta llegar al famoso Nirvana del que hablan los budistas?
¿Cuál es el secreto para escapar este Samsara que «elegimos» (¿?), o «nos toca» (¿?) vivir? ¿Cuántos infiernos de Dante tenemos que repetir? ¿Somos capaces de acceder a nuestro paraíso interno? ¿podemos crear ese paraíso interno dentro de nuestra mente y nuestro espíritu sin tener que seguir esperando otros tantos milenios por la llegada de un salvador, u otro mesías, agentes externos a nosotros mismos? ¿por qué no buscar el poder interior que reside en cada uno de nosotros?
Es como intentar desvelar el secreto que desde tantos siglos ha sido parte de la polémica de los filósofos y algunos religiosos reformadores. ¿Dónde reside la mente?: ¿en el corazón?, ¿en el cerebro?, ¿en el alma?
¿quién la rige?
Tantas experiencias que vivimos a veces gracias a los que nos rodean, gracias a los que amamos, y gracias a los que odiamos. Estados de conciencia que a veces creo poder sentir en un plano dimensional diferente al que puedo acceder en sueños, o en contactos telepáticos con los seres queridos que me acompañan en vida…y los que me acompañan desde el más allá.
La música que has elegido de Yoko Kanno, «Voices», parece hablar desde el texto de Séneca, y éste que escribo.
Como siempre seguimos conectados.
Un Abrazo,
(Por cierto, ayer instalé ¡por fin!, internet por cable de fibra óptica…jé…una dinosaura de la tecnología, se úne a los mundos sintéticos de gurus tecnológicos como tú, desde una pantallita arcaica con ratón desnutrido y medio lisiado, remotos pero cercanos, desde un rincón de Montreal que ya comienza a mostrarnos los primeros retoños tiernos, verdes, inocentes, y ansiosos por despertar a la vida, cerca del río San Lorenzo; una mamá castora preparaba su casita para la camada cuando la descubrí mientras corría la semana pasada al borde del río, y una nutria hacía de las suyas disfrutando del baño en la misma orilla más allá; ya empiezan a regresar las garzas de su migración hibernal hacia el sur cálido, y dentro de un mes veremos regresar las bandas de gansos a nuestras tierras del norte).
¡Un brindis de jugo de piña por las fibras ópticas! ¿Cuál sería el símbolo metafórico equivalente que se podría aplicar al ser humano para aumentar su capacidad de expansión y velocidad en el espacio????…
En fin, que por esto es que ¡por fin! puedo acceder a tu música.
Maravillosa selección, y exquisito deleite a los sentidos que me transportan al mundo del pensamiento y el espíritu.
Gustos exquisitos en música los tuyos. ¡Enhorabuena!
¿Cuál sería el símbolo metafórico equivalente que se podría aplicar al ser humano para aumentar su capacidad de expansión y velocidad en el espacio????…
hmm ¿Evolución?
Tu comentario todo un placer para mí :)es evocador, como lo es el texto de Séneca :)
Muchos besos Dama del Lago. ¡Qué envidia de ver a mamá Castor! ¡snif!