– Últimamente, vienes mucho por aquí…- dijo una voz templada.

Yo me giré despacio. Paseaba despacio con las manos a la espalda, y el vaho entrecortando la distancia en aquella helada mañana. Un aliento blanquecino se disipaba entre las ramas vestidas de musgo.
Iba a contestar, cuando me vino un recuerdo a la mente, y dubitativo exclamé;

– Pero, ¿tú no habías desaparecido, hace cuatro o cinco relatos?-.

bosque2.jpg

– Me diste la libertad. ¿No te acuerdas? ..-contestó con sorna-.- Además. -Añadió apartándose del árbol donde se apoyaba con los brazos cruzados. – En unos relatos es válido, y en otros no.

El bosque se mecía silencioso, envuelto en un aire cortante y un siseo embriagador. La niebla corría con fuerza entre los finos troncos empujada por el fuerte viento que soplaba del Oeste.

Yo me quedé un rato pensativo, hasta que finalmente concluí;

– Ah…

– Es cierto…-dije finalmente.

-¿Es esto otro cuento? – pregunté.

– Más bien, – contestó ella- otro sueño…

-Otro sueño…

– Me gusta soñar contigo. En unos sueños eres tú la protagonista. Es entonces cuando puedo decidir que te sucede y que no. Pero en mis propios sueños, donde soy yo el elemento central, tú decides, apareces y desapareces, según tu voluntad. Renaces…

– En un parto de pájaros – concluyó ella, sonriente.

Paseamos en silencio en la penumbra del primer bosque. Y ciertamente fue el primero en vestir esta tierra. Ramas retorcidas, forradas de verde aterciopelado formaban un capitel que nos cubría por completo. En el suelo, la capa de hojas llegaba a la caña de mis botas.

-¿Qué estás buscando? -Preguntó ella al fin-.

– Hace mucho tiempo – contesté – Uno de mis tíos me contó hace años que, cuando trabajaba de joven instalando un canal de agua a través del bosque, descubrieron una cueva con huesos. Un enterramiento de los antiguos habitantes. A veces, lo busco.

– Muy adecuado, en un bosque de brujas, – dijo ella sonriente-.

-¿ Y los huesos, siguen allí?

– Oh, no no, llegaron hombres que los llevaron al museo, o quizás a destinos no tan altruistas. Siempre fueron un mercado codiciado. -Le contesté-.

– Y un afán, de comprar y vender la misma muerte. -Concluyó ella-.

-Dicen que la muerte, – comenté- ansiosa de saborear la vida, una vez al año viste un cuerpo mortal, y así poder sentir que es la vida que siempre tiene la obligación de arrebatar. Al llegar el final del día, triste, abandona el cuerpo. Deseosa de volver a experimentar un año después, la misma experiencia.

– La muerte siempre ha sido rodeada de romanticismo. Tal es el terror que nos produce. -Dijo ella. Con un suspiro.
Transcurrió otro instante apacible, rodeados de ramas y un techo de hojas de laurisilva. La niebla se cerraba impenetrable a diez pasos.

Quiero, conocerte. – Me dijo.

Yo la miré, sus ojos casi a la altura de los míos, blancos como la propia niebla. En sus pupilas mi rostro…

– Quién mejor que tú para eso, – le dije. Hasta tengo un cuadro tuyo en mi propia casa.

Y las horas pasaron, entre la niebla espesa, rodeados de aquel primer bosque. Un bosque que día a día retrocede. Pasé aquellas horas a su lado, y ambos, respirando el aire helado nos dimos aliento una vez más. Entre sus cabellos blancos, pequeñas hojas de laurel quedaron enredadas, se los quité despacio, mientras la miraba.

Y con las horas, encontramos la cueva, la que nunca pude encontrar, quizás fue ella, con su propia magia, la que me enseñó el camino. La cueva tenía una puerta, la habían forzado, y reparado muchas veces. El antiguo enterramiento. Venido del pasado, permanecía callado en el presente.

Dentro. Muchas pisadas. Un olor intenso a humedad. Todo lo que allí simbólicamente había sido guardado, hacía tiempo se lo habían llevado.

Pero una cuenta, probablemente de un antiguo collar apareció entre mis dedos al cabo de un buen rato de limpiar la tierra fina. Era común encontrarlo, si tenías paciencia. Yo, tuve suerte.

– Un bosque con leyendas. – Dijo ella rompiendo el silencio.

– Muchas, – comenté – las más conocidas, por desgracia normalmente trágicas.

– ¿Cómo es que tenías la llave de la puerta? -me preguntó.

– No es algo que se pueda decir en un blog – contesté con una sonrisa. Pero al final mi ego se impuso. – Ventajas, de trabajar para el gobierno, supongo.

– Me iba a llevar la pequeña cuenta de barro, diminuta, que alguna vez adornó el collar de alguien del pasado-. La dejé allí. Más por mi amor al pasado, que por respeto supersticioso. Seguramente alguien se la llevaría más adelante, pero no sería yo, otro saqueador.

El pequeño enterramiento había sido despojado de todo hacía ya años. Y sentía una punzada de dolor, por los muchos que corrieron igual suerte. Esta, es una tierra pequeña para esconder secretos.

Cerré la puerta y puse de nuevo el candado. El bosque parecía más silencioso. Más impenetrable, como si mantuviese la respiración.

– El bosque de hueso…lo llamé en adelante.

-Y este frío, este frío intenso. Cargado de humedad.

-¿Porqué siento tanto frío este año ? -le pregunté.

-Ella miró en alguna dirección hacia arriba. No dijo nada.

– Se acaba el día, son tan pocos los días que puedo sentir este aroma. – Comentó triste.

– Se acaban las horas, las que tú me regalas, para existir. Gracias, por hacerme vivir durante algunas horas. – Me dijo mirándome fijamente. – Quizás por eso, sientes frío, por el calor que le regalas a un sueño.
Yo me estremecí emocionado, el pelo blanco le brillaba ahora, y aquella piel suave, se hizo translúcida.

¡No te vayas! -le dije.

– Estás despertando. – Me dijo sonriente. – Sólo quería darte las gracias esta vez, por hacerme existir de vez en cuando. Adoro vivir, y solo puedo existir mientras tú escribes.
Y desapareció.

-Solo puedo darte la vida, en algunos momentos. – Le dije al espacio que antes había ocupado. – Es un prodigio y una tragedia al mismo tiempo. Pero me quedo con el prodigio, que me dio tanto y que me otorgó tu presencia. Te construí con memorias del pasado, y con ramas y hojas en el presente. Y como la leyenda de Muerte, ansías poder respirar, alguna vez, el aire bajo el sol.
Una vez más, recordé lo maravilloso que significa el simple concepto que es; «crear». Y como a veces, las creaciones, logran tener libre albedrío, y vida propia, indicándome así, que es lo que debo escribir.

Una maravillosa abstracción.
Recorrí el camino de vuelta, y esta vez, sentía la soledad que a la ida no pude percibir.

Y al despertarme, esa soledad me duró durante el transcurso del día.