En el prolongado y anárquico período posterior a la muerte de Uther Pendragon previo a la ascensión al trono de su hijo Arturo, muchos señores detentaban la autoridad en Inglaterra y Gales, en Cornualles y Escocia y en las Islas, y como algunos se negaron a renunciar a ella, los primeros años del reinado de Arturo fueron consagrados a la restauración del reino, mediante la ley, el orden y la fuerza de las armas.
Uno de sus enemigos acérrimos era el señor Royns de Gales, cuyo creciente poder en el oeste y el norte entrañaba una permanente amenaza para Inglaterra.
Mientras Arturo residía en Londres con su corte, un fiel caballero llegó con la nueva de que el arrogante Royns había reclutado un vasto ejército que incursionaba en los territorios de Arturo, quemando las cosechas y las casas y exterminando a la población.
-Si eso es cierto -dijo Arturo-, seria deshonroso no proteger a mis súbditos.
-Es cierto -dijo el caballero-. Yo mismo vi a los invasores y presencié sus estragos.
-Entonces debo combatir a Royns y destruirlo -dijo el rey. Y convocó a todos los señores, caballeros y gentileshombres leales a celebrar un consejo general en Camelot, donde se harían planes para la defensa del reino.
Y cuando todos los barones y caballeros estuvieron reunidos y ocuparon su sitio frente al rey, compareció en la sala una doncella y anunció que venía de parte de la gran dama Lyle de Avalón.
-¿Qué mensaje traes? -inquirió Arturo.
Entonces la doncella abrió su manto de ricas pieles y todos vieron que ceñía al cinto una noble espada.
-No es propio de una doncella portar armas -dijo el rey-. ¿Por qué ciñes espada
-Porque no tengo otra opción -respondió la doncella-. Y debo ceñirla hasta que la tome un caballero de honra y bravura, de buena fama y sin mancha. Sólo un caballero semejante puede sacar esta espada de su vaina. Estuve en el campamento del señor Royns, donde me habían dicho que había buenos caballeros, pero ni él ni sus vasallos pudieron desenvainar el acero.
-Aquí hay nobles varones de honra -dijo Arturo-, y yo mismo haré el intento, no porque sea el mejor, sino porque si trato primero mis barones y caballeros tendrán licencia para secundarme.
Entonces Arturo aferró la vaina y la empuñadura y tiró de la espada con todas sus fuerzas, pero la hoja no se movió.
-Señor -dijo la doncella-, es innecesario que recurras a la fuerza. El caballero a quien está destinada la tomará fácilmente en sus manos.
Arturo se volvió hacia sus hombres y les dijo:
-Ahora intentadlo vosotros, uno por uno.
-Quienes lo intentéis -dijo la doncella-, estad seguros de no haber cometido deshonras, vilezas o desmanes. Sólo un caballero puro y sin tacha puede extraerla, y debe ser de sangre noble tanto por parte de la madre como del padre.
Entonces la mayor parte de los caballeros reunidos intentó extraer la espada sin éxito alguno. Al fin la doncella dijo con tristeza:
-Pensé que aquí encontraría a hombres intachables y a los mejores caballeros del mundo.
-En ninguna parte encontrarás caballeros tan buenos o mejores -dijo Arturo con disgusto-. Lamento que no tengan la fortuna de ayudarte.
Un caballero llamado Sir Balin de Northumberland había permanecido aparte. Había tenido la desgracia de matar en justa lid a un primo del rey y, a causa de malignas habladurías, lo habían confinado en prisión durante seis meses. Pero recientemente un amigo había expuesto la verdad del caso y el caballero había recobrado la libertad. Observaba la prueba ansioso de participar en ella, pero como había estado en prisión, y era pobre y vestía ropas sucias y raídas, no dio un paso adelante hasta que todos desistieron de sus tentativas y la doncella se dispuso a partir. Sólo entonces Sir Balin la interpeló, diciéndole:
-Señora, suplico a tu cortesía que me permitas intentarlo. Sé que estoy pobremente vestido, pero mi corazón me dice que puedo tener éxito.
La doncella observó ese manto hecho jirones y no pudo creer que se tratara de un hombre de honor y noble ascendencia.
-Señor -le dijo-, ¿por qué deseas someterme a nuevas penurias cuando todos estos nobles caballeros han fracasado?
-Hermosa dama -dijo Sir Balin-, la dignidad de un hombre no está en sus hábitos. La virilidad y la honra se ocupan en su interior. Y a veces no todos conocen sus virtudes.
-Dices la verdad -dijo la doncella-, y te agradezco que me lo hayas recordado. Vamos, toma la espada y veamos qué puedes hacer.
Entonces Balin se acercó a ella y extrajo la espada sin dificultad, y con sumo deleite contempló el fulgurante acero. Y el rey y muchos otros aplaudieron a Sir Balin, aunque algunos caballeros rezumaron envidia y rencor.
-Has de ser el caballero más noble y puro que he encontrado -dijo la doncella-, pues de lo contrario no lo habrías conseguido. Ahora, gentil y cortés caballero, hazme el favor de devolverme la espada.
-No -dijo Balin-. Me gusta esta espada, y la conservaré hasta que alguien pueda arrebatármela por la fuerza.
-No la conserves -exclamó la doncella-. Es una imprudencia. Si te quedas con ella, la usarás para matar a tu mejor amigo y al hombre que más quieres en el mundo. Esa espada te destruirá.
-Señora, aceptaré la ventura que Dios tenga a bien mandarme -dijo Balin-, pero no te devolveré la espada.
-Entonces no tardarás en lamentarlo -dijo la dama-. No quiero esa espada para mi. Si tú la conservas, la espada te destruirá y te compadezco.
Entonces Sir Balin mandó buscar su caballo y armadura y solicitó al rey la venia para partir.
-No nos dejes ahora -dijo Arturo-. Sé que te sientes ultrajado a causa de tu injusto confinamiento, pero alzaron contra ti falso testimonio. Si hubiese conocido tu honra y bravura, habría actuado de otro modo. Ahora, si permaneces en mi corte y en esta cofradía, te enalteceré y compensaré mis faltas.
-Agradezco a Su Alteza -dijo Balin-. Tu bondad es bien conocida. No te guardo rencor, pero debo irme y suplico que tu gracia me acompañe.
-No me satisface tu partida -dijo el rey-. Te pido, buen caballero, que no nos abandones por mucho tiempo. A tu regreso te daremos la bienvenida y yo compensare la injusticia que padeciste.
-Dios agradezca tu generosidad -replicó el caballero, y se dispuso a partir. Y hubo en la corte caballeros envidiosos que rumorearon que la hechicería y no la virtud caballeresca le habían granjeado su buena fortuna.
Mientras Balin se armaba y arreaba su caballo, la Dama del Lago llegó a la corte de Arturo, ricamente ataviada y bien montada. Saludó al rey y luego le recordó la gracia que él le había prometido al recibir la espada del lago.
-Recuerdo mi promesa -dijo Arturo-, pero he olvidado el nombre de la espada, si es que alguna vez me lo dijiste.
-Se llama Excalibur -dijo la dama-, que significa «Hecha de acero».
-Gracias, señora -dijo el rey-. Y ahora, ¿qué gracia me pides? Te daré cualquier cosa que esté a mi alcance.
Y la mujer dijo con brutalidad:
-Quiero dos cabezas: la del caballero que desenvainó la espada y la de la doncella que la trajo aquí. No estaré satisfecha hasta no tener las dos cabezas. Ese caballero mató a mi hermano y esa doncella causó la muerte de mi padre. Esa es mi demanda.
Tal ferocidad dejó atónito al rey, quien al fin balbució:
-Por mi honra, no puedo matar a estos dos para propiciar tu venganza. Pideme cualquier otra cosa y te la daré.
-No pido otra cosa -dijo la dama.
Cuando Balin estuvo listo para partir, vio a la Dama del Lago y en ella reconoció a quien tres años antes había ultimado a su madre mediante sus artes secretas. Y cuando le dijeron que la dama exigía su cabeza, se le acercó y le dijo:
-Eres una criatura maligna. ¿Quieres mi cabeza? Yo tomaré la tuya. -Y desenvainó la espada y de un tajo separó la cabeza del cuerpo.
-¿Qué has hecho? -exclamó Arturo-. Has traído la vergüenza sobre mi y sobre mi corte. Yo estaba en deuda con esta dama, quien además se hallaba bajo mi protección. Este ultraje es imperdonable.
-Mi señor -dijo Balin-, deploro tu disgusto, pero no mi acción. Esta era una bruja malévola que mató a muchos buenos caballeros mediante encantamientos y hechicerías, y con sus artificios y falsedades llevó a mi madre a la hoguera.
-Sean cuales fueren tus razones -dijo el rey-, no tenias derecho a hacer esto en mi presencia. Fue un acto desagradable y ofensivo. Abandona mi corte. Tu presencia ha dejado de sernos grata.
Balin tomó de los cabellos la cabeza de la Dama del Lago y la llevó a su habitación, donde lo aguardaba su escudero. Ambos montaron a caballo y se alejaron de la ciudad.
-Quiero que lleves esta cabeza a mis amigos y parientes de Northumberland –dijo Balin-. Diles que mi enemiga más peligrosa ha muerto. Diles que estoy libre de la prisión y cuéntales cómo adquirí mi segunda espada.
-Deploro que hayas hecho esto -dijo el escudero-. Es lamentable que hayas perdido la amistad del rey. Nadie duda de tu valor, pero eres un caballero obstinado y cuando eliges un camino no puedes torcer el rumbo aunque te dirijas a tu destrucción. Ésa es tu falta y tu destino.
-He pensado un modo de conquistar el afecto del rey -dijo Balin-. Cabalgaré hacia el campamento de su enemigo Royns y lo mataré o seré muerto. Si llego a obtener la victoria, el rey Arturo me devolverá su amistad.
El escudero meneó la cabeza ante plan tan desesperado, pero dijo:
-Señor, ¿dónde he de encontrarte?
-En la corte del rey Arturo -dijo confiadamente Balin, y despidió al escudero.
Entretanto, el rey y todos sus vasallos, contristados y avergonzados por la acción de Balin, sepultaron a la Dama del Lago con gran fasto y ceremonia.
Había en la corte un caballero que sentía gran envidia por Balin a causa de su éxito en la obtención de la espada mágica. Se trataba de Sir Launceor, hijo del rey de Irlanda, un hombre soberbio y ambicioso que se creía uno de los mejores caballeros del mundo. Solicitó al rey la venia para cabalgar en persecución de Sir Balin y vengar la afrenta infligida a la dignidad de Arturo.
-Vé y que la suerte te acompañe -dijo el rey-. Estoy furioso con Balin. Limpia la mancha de este ultraje.
Y cuando Sir Launceor se retiró a sus aposentos para preparar sus armas, Merlín se presentó ante el rey Arturo y se enteró de lo acontecido con la espada, así como de la muerte de la Dama del Lago.
Entonces Merlín volvió los ojos a la doncella de la espada, quien había permanecido en la corte.
-Mira a esa doncella -dijo Merlín-. Es una mujer falsa y malévola y no puede negarlo. Tiene un hermano, caballero valeroso y hombre bondadoso y leal. Esta doncella se enamoró de un caballero y se convirtió en su amante. Y su hermano, para lavar la afrenta, retó a su amante y lo mató en leal combate. Esta doncella, presa de la cólera, le llevó la espada del muerto a la dama Lyle de Avalón y le pidió ayuda para tomar venganza sobre su propio hermano. -Y luego Merlín continuó:-La dama Lyle tomó la espada y la hechizó y la maldijo. Sólo el mejor y más valiente caballero sería capaz de sacarla de la vaina, y el que lo hiciera daría muerte con ella a su propio hermano. -Y Merlín se volvió nuevamente hacia la doncella-. Fue el rencor lo que te trajo aquí -le dijo-. No lo niegues. Lo sé tan bien como tú. Y quisiera Dios que no hubieses venido, pues adondequiera que vas acarreas daño y muerte.
«El caballero que extrajo la espada es el mejor y el más valiente, y la espada que obtuvo lo destruirá. Pues cuanto haga se mudará en muerte y amargura sin que él sea culpable. La maldición de la espada se ha transformado en su destino. Mi señor –le dijo Merlín al rey-, a ese buen caballero no le queda mucho de vida, pero antes de morir te prestará un servicio que recordarás con gratitud. -Y el rey Arturo escuchó triste y maravillado.
Mientras tanto Sir Launceor de Irlanda se había armado de todo punto. Se colgó el escudo del hombro, aferró una lanza y lanzó a su caballo en afanosa persecución de Sir Balin. No tardó en alcanzar a su enemigo en la cima de una montaña.
-Detente donde estás o yo te haré detener-gritó Sir Launceor-. Ahora tu escudo no ha de protegerte.
-Mejor te hubieses quedado en casa -replicó Balin con serenidad-. Quienes desafían a sus enemigos suelen descubrir que sus promesas se les vuelven en contra. ¿De qué corte provienes?
-De la corte del rey Arturo -dijo el caballero irlandés-. Y he de vengar el insulto que en el día de hoy le infligiste al rey.
-Si no hay más remedio, me batiré contigo -dijo Sir Balin-. Pero créeme, caballero, lamento haber afrentado al rey o a cualquiera de su corte. Sé que tu deber te obliga, pero antes de combatir debes saber que no me quedaba otra opción. La Dama del Lago no sólo me causó un daño mortal sino que además exigió mi cabeza.
-Basta de charla -dijo Sir Launceor-. Prepárate, pues sólo uno de nosotros dejará este campo con vida.
Entonces enristraron las lanzas y acometieron a un tiempo, y la lanza de Launceor se astilló, pero la de Balin traspasó el escudo, la armadura y el pecho del caballero irlandés, quien cayó a tierra con estrépito. Cuando Balin volvía grupas y desenvainaba la espada, vio a su enemigo muerto y tendido en la hierba. Y luego escuchó un retumbar de cascos y vio que una doncella cabalgaba hacia ellos a todo galope. Cuando se detuvo y vio muerto a Sir Launceor, rompió a llorar frenéticamente.
-¡Balin! -exclamó-. Mataste a dos cuerpos con el mismo corazón y arrancaste dos corazones y dos almas del mismo cuerpo. -Luego desmontó y alzó la espada de su amante y desfalleció. Al recobrar el sentido, lanzó alaridos de pesadumbre y Balin se vio colmado de pena. Se acercó a ella e intentó quitarle la espada pero ella la aferró con tal desesperación que el caballero la soltó por temor a causarle daño. Y de pronto ella invirtió la espada, clavó el pomo en tierra y se arrojó sobre el filo, que la traspasó y le quitó la vida.
Balin quedó abrumado de dolor y avergonzado de haber sido la causa de esa muerte.
Y gritó en voz alta:
-¡Cuánto amor debió haber entre estos dos, y los he destruido! -Como no pudo tolerar ese espectáculo, montó a caballo y se alejó con tristeza en dirección al bosque.
A lo lejos vio acercarse un caballero, y al ver el emblema del escudo, Balin reconoció a su hermano Balan. Y cuando se encontraron se quitaron los yelmos y se besaron y sollozaron de alegría.
-Hermano mío -dijo Balan-, no esperaba encontrarte tan pronto. Me crucé con un hombre frente al castillo de las cuatro catapultas y me dijo que te habían sacado de prisión y que él te había visto en la corte del rey Arturo. Y vengo desde Northumberland para verte.
Entonces Balin le refirió a su hermano la historia de la doncella y la espada y la muerte de la Dama del Lago y la consiguiente cólera del rey, y le dijo:
-Más allá yace un caballero que vino en mi persecución, y junto a él su amada que se dio muerte, y yo estoy triste y apesadumbrado.
-Son hechos dolorosos -dijo Balan-, pero eres un caballero y sabes que debes aceptar los designios que Dios tenga reservados para ti.
-No lo ignoro -dijo Balin-, pero lamento que el rey Arturo esté disgustado conmigo. Es el soberano más grande y noble de la tierra. Y volveré a conquistar su amor o perderé la vida.
-¿Cómo lo lograrás, hermano mío?
-Te lo diré -dijo Balin-. Un enemigo del rey Arturo, el señor Royns, ha puesto sitio al castillo de Terrabil en Cornualles. Me llegaré hasta allí y pondré a prueba mi honra y coraje luchando contra él.
-Así sea -dijo Balan-. Cabalgaré a tu lado y arriesgaré mi vida con la tuya, como corresponde a un hermano.
-Cuánto me alegra que estés aquí, hermano mío -dijo Balin-. Cabalguemos juntos.
Mientras conversaban llegó un enano por el camino de Camelot, y cuando vio los cadáveres del caballero y su amada doncella se arrancó los cabellos y exclamó:
-¿Quién de vosotros tiene la culpa de esto?
-¿Con qué derecho lo preguntas? -dijo Balan.
-Porque quiero saberlo.
Y Balin le respondió:
-Fui yo. Maté al caballero en justa lid y en defensa propia, y la doncella se dio muerte arrastrada por el dolor, lo cual me llena de pesar. Por su causa he de servir a todas las mujeres mientras viva.
-Te has causado un inmenso perjuicio -dijo el enano-. Este caballero muerto era hijo del rey de Irlanda. Sus parientes se vengarán de ti. Te seguirán por todo el mundo hasta matarte.
-Eso no me asusta -dijo Balin-. Me duele haber disgustado doblemente al rey Arturo dando muerte a su caballero.
Entonces llegó a caballo el rey Marcos de Cornualles, vio los cadáveres y, cuando supo cómo habían muerto, dijo:
-Deben haberse profesado un amor sincero y reciproco. Y veré de erigir una tumba en memoria de ambos. -Luego ordenó a sus hombres que alzaran sus tiendas y recorrió la región en busca de un sitio donde sepultar a los amantes. En una iglesia cercana hizo levantar una enorme losa frente al altar mayor y sepultó juntos al caballero y la doncella. Cuando volvieron a colocar la losa, el rey Marcos hizo tallar sobre ella estas palabras: «Aquí yace Sir Launceor, hijo del rey de Irlanda, muerto al lidiar con Sir Balin, y junto a él su amada Colombe, quien llevada por la pena se dio muerte con la espada de su amante».
Merlín entró a la iglesia y le dijo a Balin:
-¿Por qué no salvaste la vida de esta doncella?
-Juro que no pude hacerlo -dijo Balin-. Intenté salvarla pero ella fue más rápida.
-Lo lamento por ti -dijo Merlín-. En castigo por esta muerte estás destinado a infligir el tajo más triste desde que la lanza atravesó el flanco de Nuestro Señor Jesucristo. Herirás al mejor caballero viviente y sobre tres reinos atraerás la miseria, la congoja y la tribulación.
-No puede ser verdad -exclamó Balin-. Si creyera en tus palabras, ya mismo me mataría, haciendo de ti un embustero.
-Pero no lo harás -dijo Merlín.
-¿Cuál es mi pecado? -preguntó Balin.
-La mala suerte -dijo Merlín-. Algunos lo llaman destino. -Y de pronto desapareció.
Y al poco tiempo los hermanos se despidieron del rey Marcos.
-Primero, decidme vuestros nombres -solicitó el rey.
Y Balan respondió:
-Ves que él ciñe dos espadas. Llámalo el Caballero de las Dos Espadas.
Y luego ambos hermanos enfilaron hacia el campamento de Royns. Y en un vasto cenagal barrido por el viento se cruzaron con un desconocido arrebujado en su manto, quien les preguntó quiénes eran y adónde se dirigían.
-¿Por qué debemos decírtelo? -replicaron, y Balin le dijo-: Dime tu nombre, forastero.
-¿Por qué razón, cuando me ocultáis los vuestros? -dijo el hombre.
-Un hombre que oculta su nombre es mala señal -dijo Balan.
-Pensad lo que os plazca -dijo el extraño-. ¿Qué pensaríais si os dijera que cabalgáis en busca del señor Royns y que sin mi ayuda fracasaréis?
-Pensaríamos que eres Merlín, y si lo fueras, te pediríamos ayuda.
-Debéis ser valerosos, pues necesitaréis coraje -dijo Merlín.
-Por eso no te preocupes -dijo Balin-. Haremos lo que podamos.
Llegaron al linde de una floresta y se apearon en una cavidad penumbrosa y cubierta de hojarasca. Desensillaron sus caballos y los pusieron a pastar. Y los caballeros se echaron bajo la sombra de la arboleda y se durmieron.
Cerca de medianoche los despertó Merlín.
-Preparaos -les dijo-. Se acerca vuestra oportunidad. Ryons se ha alejado de su campamento acompañado sólo por un grupo de guardias, dispuesto a hacerle una visita nocturna a Lady de Vance.
Protegidos por el ramaje, vieron que se acercaban jinetes.
-¿Cuál es Royns? -preguntó Balin.
-Ese alto que va al medio -dijo Merlín-. Conteneos hasta que estén más cerca.
Y cuando el grupo de jinetes atravesaba la penumbra rasgada por la luja, los dos hermanos irrumpieron de su escondite y derribaron a Royns de la silla y, volviéndose hacia los asombrados guardias, repartieron estocadas a diestro y siniestro, dando muerte a algunos y poniendo en fuga a los demás.
Entonces los hermanos se volvieron al caído Royns para matarlo, pero el se rindió y pidió clemencia.
-Bravos caballeros, no me matéis -suplicó-. Mi vida os será valiosa y mi muerte no os servirá de nada.
-Es verdad -dijeron los hermanos, y ayudaron al maltrecho Royns a incorporarse y montar a caballo. Y cuando fueron en busca de Merlín no lo encontraron, pues mediante sus artes mágicas había volado a Camelot, donde le refirió a Arturo que su peor enemigo, el señor Royns, estaba vencido y capturado.
-¿Por quién? -preguntó el rey.
-Por dos caballeros que ansían tu amistad y tu gracia más que nada en el mundo. Estarán aquí por la mañana y podrás ver quiénes son -respondió Merlín, negándose a decir otra palabra.
A horas muy tempranas, los dos hermanos condujeron al confuso prisionero a las puertas de Camelot y lo pusieron en manos de los guardias. Luego se perdieron en las luces del alba.
Cuando tuvo noticias del acontecimiento, el rey Arturo fue a ver a su maltrecho enemigo y le dijo:
-Señor, me place verte aquí. ¿Qué ventura te trajo?
-Una mala ventura, mi señor.
-¿Quién te capturó? -preguntó el rey.
-Uno al que llaman el Caballero de las Dos Espadas y su hermano. Me derribaron y pusieron en fuga a mis guardias.
-Ahora puedo decirtelo, señor -interrumpió Merlín.- Fueron Balin, el que desenvainó la espada maldita, y su hermano Balan. Jamás encontrarás dos caballeros comparables. Es lástima que su destino los cerque y no les quede mucho tiempo de vida.
-Me ha puesto en deuda con él -dijo el rey-. Y no merezco dádivas de Balin.
-Hará por ti mucho más que esto, mi señor -dijo Merlín-. Pero te traigo nuevas. Debes preparar a tus caballeros para la batalla. Mañana antes de mediodía las fuerzas de Nerón, hermano de Royns, te atacarán. Tienes una gran tarea por delante y me despido de ti.
Entonces el rey Arturo se apresuró a reunir a sus caballeros y cabalgó hacia el castillo de Terrabil. Nerón lo aguardaba en el campo con fuerzas cuyo número excedía a las del rey. Nerón conducía la vanguardia y sólo aguardaba la llegada del rey Lot con su ejército. Pero aguardaba en vano, pues Merlín había ido al rey Lot y lo había distraído con historias de prodigios y profecías, en tanto que Arturo lanzaba su ataque sobre Nerón. Sir Kay luchó ese día con tal denuedo que la memoria de sus proezas permanece viva hasta hoy. Y Sir Hervis de Revel, antepasado de Sir Thomas Malory, también se destacó, al igual que Sir Tobinus Streat de Montroy. Y Sir Balin y su hermano combatieron con tal reciedumbre que se dijo que eran ángeles del cielo o bien demonios del infierno, según de qué bando surgiera el comentario. Y Arturo vio en las primeras filas las hazañas de ambos hermanos y los ponderó más que a ningún otro caballero. Y las fuerzas del rey se impusieron y obligaron al adversario a abandonar el campo y destruyeron el poder de Nerón.
Un mensajero fue hasta el rey Lot y le informó de la derrota y la muerte de Nerón, acaecidas mientras Lot escuchaba las historias de Merlín.
-Este Merlín me ha hechizado -dijo Lot-. Si yo hubiese estado allí, Arturo no habría vencido. Este mago me engañó como a un niño con sus historias.
-Sé que en el día de hoy debe morir un rey y, por mucho que lo deplore, preferiría que fueras tú y no Arturo -dijo Merlín, y se desvaneció en el aire.
Entonces el rey Lot reunió a sus jefes.
-¿Qué debo hacer? -les preguntó-. ¿Es mejor procurar la paz o ir a la guerra? Si Nerón fue derrotado, tenemos la mitad de nuestro ejército.
-Los hombres del rey Arturo -dijo un caballero- están fatigados por la batalla, y sus caballos están exhaustos. Si los atacamos ahora, cuando nosotros estamos frescos, la ventaja está de nuestra parte.
-Si todos estáis de acuerdo, presentaremos batalla -dijo el rey Lot-. Espero que os esforcéis tanto como yo.
Entonces el rey Lot salió al campo de batalla y hostigó a los hombres de Arturo, quienes se mantuvieron firmes y no cedieron terreno.
El rey Lot, avergonzado de su fracaso, combatió a la cabeza de sus caballeros con la saña de un demonio enfurecido, pues aborrecía a Arturo más que a ningún otro hombre. Alguna vez había sido amigo del rey y desposado a su media hermana, pero cuando Arturo, ignorante de las circunstancias, sedujo a la esposa de su amigo y engendró a Mordred, la lealtad del rey Lot se trocó en odio y él consagró todos sus esfuerzos a aplastar a quien había sido su amigo.
Tal como Merlín lo había predicho, Sir Pellinore, quien una vez había vencido a Arturo en la Fuente del Bosque, se había convertido en fiel amigo del rey y luchaba con sus caballeros en primera línea. Sir Pellinore se abrió paso entre el gentío que rodeaba al rey Lot, enarboló su espada y le asestó un tajo. La hoja se desvió y mató al caballo de Lot y, mientras el rey caía a tierra, Pellinore le lanzó otra estocada y le arrancó la vida.
Cuando los hombres de Lot vieron muerto a su rey, abandonaron la lucha y trataron de escapar, y muchos fueron capturados y muchos más perecieron en la fuga.
Cuando se juntaron los cadáveres, encontraron a doce poderosos señores que habían muerto al servicio de Nerón y el rey Lot. Fueron llevados a la Iglesia de San Esteban, en Camelot, para darles sepultura, mientras que a los caballeros de menor valía se los enterró cerca del campo de batalla, bajo una enorme piedra.
Arturo sepultó a Lot separadamente, en una tumba suntuosa, pero a los doce señores los depositó en el mismo sitio y sobre ellos erigió un monumento triunfal. Mediante sus artes, Merlín forjó imágenes de los doce señores en actitud de derrota, hechas de cobre y bronce dorados, y cada imagen sostenía una vela que ardía día y noche. Encima de estas efigies, Merlín ubicó una estatua del rey Arturo que blandía la espada sobre las cabezas de sus enemigos. Y Merlín profetizó que las velas arderían hasta la muerte de Arturo y que en ese momento se extinguirían las llamas; y ese día profetizó otros acontecimientos venideros.
Poco después, Arturo, harto de las guerras y el gobierno, y consumido por la sombra y la humedad de los castillos, ordenó que alzaran su pabellón en un verde prado de extramuros donde pudiera reposar y recobrar fuerzas con la paz y la dulzura del aire. Se tendió en un catre para descansar, pero no había cerrado los ojos cuando oyó que se acercaba un caballo y vio pasar un caballero que gemía y se lamentaba en voz alta.
Cuando pasó junto al pabellón, el rey lo llamó y le dijo:
-Acércate, buen caballero, y dime el motivo de tu tristeza.
-¿De qué me valdría? -respondió el caballero-. No puedes ayudarme. -Y cabalgó rumbo al castillo de Meliot.
Entonces el rey trató nuevamente de ganar el sueño, pero su curiosidad lo tenía desvelado y, mientras cavilaba, llegó Sir Balin y al ver a Arturo se apeó y saludó a su señor.
-Siempre eres bien venido -dijo el rey-, pero especialmente ahora. Hace poco pasó un caballero que gemía de pena, y no se dignó responderme cuando le pregunté la causa. Si deseas servirme, síguelo y tráelo a mí quiéralo él o no, pues ardo de curiosidad.
-Lo traeré a ti, mi señor -dijo Sir Balin-, o de lo contrario redoblaré sus tristezas.
Y Balin montó a caballo y partió en pos del caballero, y al cabo lo encontró sentado bajo un árbol en compañía de una doncella.
-Caballero -dijo Sir Balin-, debes acompañarme a ver al rey Arturo y referirle la causa de tus congojas.
-Eso no lo haré -dijo el caballero-, pues me pondría en gran peligro y tú no ganarías nada con ello.
-Por favor, acompáñame, caballero -dijo Balin-. Si rehúsas deberé batirme contigo, y no quiero hacerlo.
-Te dije que mi vida está en peligro. ¿Te comprometes a protegerme?
-Te protegeré o moriré en la demanda -dijo Balin. Y con eso el caballero montó a caballo y ambos partieron y dejaron a la doncella junto al árbol. Cuando llegaron a la tienda del rey Arturo, oyeron los cascos de un corcel que se acercaba pero no vieron nada. De pronto el caballero fue derribado de la silla por una fuerza invisible, y quedó tendido en la hierba traspasado por una lanza.
-Ese era el peligro -jadeó-, un caballero llamado Garlon, que domina el arte de la invisibilidad. Me puse bajo tu protección y me has fallado. Toma mi caballo. Es mejor que el tuyo. Y vuelve junto a la doncella… ella te conducirá hasta mi enemigo y quizá puedas vengarme.
-Por mi honra de caballero que así lo haré -exclamó Balin-. Lo juro ante Dios.
Y así expiró el caballero, llamado Sir Harleus le Berbeus. Balin extrajo la lanza del cuerpo y se alejó contristado, pues lamentaba no haberle dado al caballero la prometida protección, y por fin comprendió la cólera de Arturo ante la muerte de su protegida, la Dama del Lago. Y Balin se sintió acuciado por las tinieblas del infortunio. Encontró a la doncella en el bosque y le dio el asta de la lanza que había tronchado la vida de su amante, y ella siempre la llevó como señal y recordatorio y condujo a Sir Balin en la aventura que el caballero agonizante le había encomendado.
En el bosque se cruzaron con un caballero que venia de caza, quien, al ver el rostro de Balin empañado por la pesadumbre, le preguntó el motivo y Balin cortésmente respondió que prefería no hablar de ello.
El caballero lo tomó por falta de cortesía, y le dijo:
-Si yo estuviese armado contra hombres y no contra venados, me responderías.
-No tengo motivos para no contártelo -respondió Balin fatigosamente, y le refirió su extraña y fatídica historia. El caballero se sintió tan conmovido por su relato que le suplicó permiso para acompañarlo en su búsqueda de venganza. Se llamaba Sir Peryne de Monte Belyarde, y fue a su casa cercana y se armó y se les unió en la marcha. Mientras pasaban junto a una ermita y una capilla solitaria de la floresta, volvió a oírse el estrépito de cascos y Sir Peryne cayó con el cuerpo atravesado por una lanza.
-Tu historia era cierta -dijo-. El enemigo invisible me ha dado muerte. Eres un hombre condenado a provocar la destrucción de los que amas. -Y Sir Peryne murió a causa de sus heridas.
-A mi enemigo no puedo verlo -suspiró Balin acongojado-. ¿Cómo puedo desafiar a lo invisible?
Luego el ermitaño lo ayudó a trasladar el cadáver a la capilla y lo sepultaron con honra y piedad.
Más tarde, Balin y la doncella siguieron cabalgando hasta llegar a un castillo muy fortificado. Balin cruzó el puente levadizo y entró en primer lugar, y en eso el rastrillo bajó con un chirrido y lo aprisionó. La doncella quedó fuera, y un grupo de hombres la atacó con cuchillos para matarla. Entonces Balin se encaramó a la cima de la muralla y saltó al foso desde gran altura. El agua amortiguó su caída e impidió que sufriera daño alguno. Se arrastró fuera del foso y desenvainó la espada, pero los atacantes se alejaron y adujeron que se limitaban a seguir la costumbre del castillo. Explicaron que la señora del castillo había padecido una prolongada y espantosa enfermedad que la consumía, cuyo único remedio era una fuente de plata llena de la sangre de la hija virgen de un rey, de manera que era hábito de ellos sangrar a cada doncella que pasaba por ese lugar.
-Estoy seguro de que ella os cederá algo de su sangre -dijo Balin-, pero no es necesario que la matéis. -Entonces los ayudó a punzarle la vena y recogieron la sangre en una fuente de plata, pero como la señora del castillo no se repuso dedujeron que la doncella no cumplía con uno de los requisitos o con ninguno de ellos. No obstante, la buena voluntad de ambos les valió una jubilosa bienvenida, y esa noche descansaron y por la mañana reanudaron la marcha. Cuatro días continuaron sin aventura alguna, y al fin se alojaron en casa de un gentilhombre. Y mientras cenaban, escucharon gemidos de dolor en el cuarto vecino y Balin preguntó a qué se debían.
-Te lo diré -dijo el gentilhombre-. Recientemente, en un torneo, me batí con el hermano del rey Pelham. Dos veces lo derribé de su montura y él se enfureció y amenazó cobrar venganza en alguno de mi sangre. Entonces se hizo invisible e hirió a mi hijo, a quien oyes llorar de dolor. No se repondrá hasta que yo capture a ese caballero maligno y traiga su sangre.
-Lo conozco -dijo Balin-, pero nunca lo he visto. Mató del mismo modo a dos de mis caballeros, y cambiaría todo el oro del reino por enfrentarlo en combate singular.
-Te diré cómo encontrarlo -dijo el anfitrión-. Su hermano el rey Pelham ha anunciado un gran festín para dentro de veinte días. Y ningún caballero puede asistir a menos que vaya con su esposa o su amada. El hermano del rey, Garlon, sin duda estará presente.
-En ese caso, también yo estaré presente -dijo Balin.
Y por la mañana los tres emprendieron una marcha de quince días, hasta que llegaron a tierras de Pelham, y arribaron al castillo el día en que comenzaba la fiesta. Pusieron sus montaras a buen recaudo y se dirigieron al salón, pero al anfitrión de Balin le rehusaron la entrada por no haber traído esposa ni querida. Pero Balin fue bienvenido y conducido a una cámara donde se despojó de sus armas y se bañó y unos sirvientes le trajeron un rico atuendo para que lo vistiera en la fiesta. Luego le pidieron que dejara la espada con la armadura; Balin se negó, diciendo:
-En mis tierras un caballero siempre lleva la espada consigo. Si no la llevo, no puedo celebrar con vosotros. -De mala gana le permitieron conservar el arma, y Balin entró al salón y departió con otros caballeros, siempre acompañado por su dama.
Entonces Balin preguntó:
-¿Hay en esta corte un caballero llamado Garlon, hermano del rey?
-Allá está -le indicó un hombre que tenía al lado-. Mira, es ese de tez oscura. Es un hombre extraño y ha matado a muchos caballeros, pues posee el secreto de la invisibilidad.
Balin miró a Garlon y meditó qué le convenía hacer, y pensó: «Si lo mato ahora, no podré escapar, pero si no lo mato quizá nunca vuelva a verlo, pues no será visible».
Garlon había advertido que Balin lo observaba y eso lo enfureció. Se levantó de su sitio, se acercó a Balin y le abofeteó el rostro con el dorso de la mano.
-No me gusta que me estés mirando -le dijo-. Come tu carne, o haz lo que viniste a hacer, sea lo que fuere.
-Haré lo que vine a hacer -dijo Balin, y desenvainó la espada y cortó la cabeza de Garlon. Luego le dijo a su señora-: Dame la lanza que mató a tu amado. -Y la doncella se la alcanzó y él hundió el hierro en el cuerpo de Garlon, exclamando-: Con esto mataste a un buen caballero. Ahora lo tienes clavado en ti -y llamó a su amigo, que aguardaba fuera del salón-. Aquí tienes suficiente sangre para curar a tu hijo.
Los caballeros reunidos habían permanecido atónitos, pero ahora se pusieron de pie dispuestos a lanzarse sobre Balin. El rey Pelham se levantó de la mesa, diciendo:
-Has matado a mi hermano. Mereces la muerte.
-Muy bien. Dámela tú mismo si tienes valor para ello -lo provocó Balin.
-Estás en lo cierto -dijo Pelham-. Apartaos, caballeros. Yo mismo he de matarlo, por el honor de mi hermano.
Pelham tomó del muro una enorme hacha de guerra y avanzó. Atacó a Balin, y Balin detuvo el golpe con la espada, pero el hacha le partió la hoja en dos y se quedó sin armas. Entonces Balin corrió fuera del salón perseguido por Pelham. Pasó de un aposento a otro en busca de un arma pero no hallaba ninguna, y a sus espaldas oía los pasos del rey Pelham.
Al fin Balin entró a una cámara y vio algo que lo maravilló. El aposento estaba revestido con colgaduras de oro pobladas de símbolos místicos y sagrados, y había un lecho rodeado por cortinas admirables. Sobre el lecho, bajo un edredón de hebras de oro, yacía el cuerpo perfecto de un anciano venerable, y en una mesa dorada que había junto al lecho se erguía una lanza de extrañas formas, con empuñadura de madera, delgada asta de hierro y cabeza pequeña y puntiaguda.
Balin oyó los pasos del rey que se acercaba, empuñó la lanza y la hundió en el flanco de su adversario. Y en ese momento la tierra tembló y los muros del castillo se rajaron y el techo cedió, mientras Balin y el rey Pelham rodaban entre los escombros y perdían el sentido, sepultados por cascotes y vigas de madera. La mayor parte de los caballeros que había en el interior del castillo murió aplastada al ceder el techo.
Al poco tiempo apareció Merlín, quien apartó las piedras y devolvió a Balin el sentido. Y le trajo un caballo y le dijo que abandonara esas tierras lo antes posible.
-¿Dónde está mi doncella? -dijo Balin.
-Yace muerta bajo el castillo derrumbado -dijo Merlín.
-¿Cuál fue la causa de esta catástrofe? -preguntó Balin.
-Te has topado con un misterio -dijo Merlín-. Poco después de la crucifixión de Jesucristo, José, un mercader de Arimatea que dio sepultura a Nuestro Señor, navegó hasta estas tierras con el cáliz sagrado de la Última Cena rebosante de sangre sagrada, y también con la lanza que el romano Longinus empuñó para traspasar el flanco de Jesús en la Cruz. Y José trajo estos objetos sagrados a la Isla de Cristal, en Avalón, y allí fundó una iglesia, la primera de toda esta comarca. El cuerpo que yacía en el lecho era el de José, y la lanza, la de Longinus, y con ella heriste a Pelham, descendiente de José, y ése fue el Tajo de Aflicción del que te hablé hace mucho tiempo. Y en virtud de ello, la enfermedad y el hambre y la desesperación se propagarán por estas tierras como una plaga.
-No es razonable. No es justo -sollozó Balin.
-El infortunio no es razonable, el destino no es justo, pero no obstante existen -dijo Merlín, y se despidió de Balin para siempre-. Pues -le dijo- no volveremos a encontrarnos en este mundo.
Luego Balin cabalgó por esa tierra de aflicción y vio gentes muertas y agonizantes por todas partes, y los vivos le gritaban:
-Balin, tú eres la causa de esta destrucción. Pagarás por ello. -Y Balin, angustiado, picó espuelas para dejar ese asolado territorio. Cabalgó ocho días, huyendo del mal, y no sin alegría abandonó esa atribulada comarca para internarse en un bello y plácido bosque. Su ánimo despertó y se despojó de sus oscuros atavios. Sobre las copas de los árboles de un hermoso valle divisó las almenas de una espigada torre y enfiló hacia ella. Junto a la torre había un gran caballo sujeto a un árbol. En el suelo, un robusto y elegante caballero estaba sentado y gemía en voz alta.
Y como había provocado tantas muertes e infortunios, Balin ansiaba purgar sus culpas.
-Dios te ampare -le dijo al caballero-. ¿Por qué estás triste? Dímelo y haré lo posible por ayudarte.
-Diciéndotelo no haré sino acrecentar mi dolor -dijo el caballero.
Entonces Balin se apartó un poco y observó los arreos y jaeces del caballo, y oyó que el caballero decía:
-Oh, señora mía, ¿por qué has roto la promesa de venir a mi encuentro aquí al mediodía? Me diste esta espada, una dádiva fatal, pues con ella puedo matarme por amor de ti. -Y el caballero sacó de la vaina la hoja resplandeciente.
Entonces Balin se apresuró a aferrarle la muñeca.
-Déjame o te mataré -gritó el caballero.
-Nada ganarás con eso. Ahora me has revelado algo acerca de tu señora y prometo traerla a ti si me dices dónde está.
-¿Quién eres? -preguntó el caballero.
-Sir Balin.
-Conozco tu fama -dijo el caballero-. Eres el Caballero de las Dos Espadas, y se dice que eres hombre de mucho valor.
-¿Cómo te llamas?
-Mi nombre es Sir Garnish. Soy hijo de un hombre humilde, pero como le presté buenos servicios en batalla, el duque Harmel me tomó bajo su protección, me armó caballero y me cedió tierras. Es a su hija a quien amo, y pensé que ella me amaba.
-¿A qué distancia se encuentra ella?-preguntó Balin.
-A sólo seis millas.
-¿Entonces por qué permaneces aquí lamentándote? Vamos a buscarla y a preguntarle por qué no cumplió su promesa.
Cabalgaron juntos hasta llegar a un fuerte castillo con altas murallas y un foso.
-Quédate aquí y espérame -dijo Balin-. Entraré al castillo y trataré de encontrarla.
Balin entró al castillo y no vio a nadie. Buscó en los salones y aposentos y al fin llegó a la cámara de una dama, pero el lecho estaba vacío. Desde la ventana pudo ver un jardín pequeño y encantador protegido por las murallas. En la hierba, debajo de un laurel, vio a la dama y a un caballero tendidos sobre un paño de seda verde, profundamente dormidos y estrechamente abrazados, las cabezas apoyadas sobre una almohada de hierba y plantas aromáticas. La dama era hermosa, pero él era un hombre feo e hirsuto, tosco y pesado.
Entonces Balin salió sigilosamente a través de aposentos y salones, y a las puertas del castillo le refirió a Sir Garnish lo que había visto y sin hacer ruido lo condujo al jardín. Y cuando el caballero vio a su señora en brazos de otro, su corazón se estremeció de pasión y sus venas estallaron y la sangre manó de sus narices y su boca. Enceguecido por la cólera, desenvainó la espada y decapitó a los amantes dormidos. Y de pronto su cólera se extinguió y se sintió débil y enfermo. Y acusó a Balin con amargura, diciéndole:
-Has sumado penurias a mis penurias. Si no me hubieses conducido aquí, yo no me habría enterado.
-¿No era mejor conocerla por lo que era y así encontrar remedio a tu pasión? -replicó Balin enfurecido-. Sólo hice lo que hubiese querido que hicieran por mi.
-Has duplicado mi dolor -dijo Sir Garnish-. Me has hecho matar a la que más quería en el mundo. Ya no me es posible vivir.
Y de pronto se hundió la espada ensangrentada en el pecho y cayó muerto junto a los amantes decapitados.
El castillo estaba en silencio, y Balin sabia que si lo descubrían allí lo harían culpable de las tres muertes. Se alejó rápidamente del castillo y galopó entre los árboles del bosque, agobiado por la espesa tiniebla de su destino, presintiendo que pronto caería el telón sobre el escenario de su vida, de modo que le parecía cabalgar entre las brumas de la desesperación.
Al poco tiempo llegó a una encrucijada y vio esta inscripción en letras de oro: NINGÚN CABALLERO CABALGUE A SOLAS POR ESTE CAMINO. Y mientras la leía, un anciano canoso se le acercó y le dijo:
-Sir Balin, éste es el limite de tu vida. Vuélvete y podrás salvarte. -Y el viejo desapareció.
Entonces Balin oyó el ronquido de un cuerno de caza que anunciaba la muerte de un venado. Y se dijo sombríamente:
-Esa trompa anuncia mi propia muerte. Soy la presa y aún sigo con vida.
Y de pronto una multitud se apiñó a su alrededor, un centenar de damas encantadoras y muchos caballeros con armaduras ricas y lustrosas, y le dieron la bienvenida con amabilidad y lo elogiaron y lo calmaron, conduciéndolo a un castillo cercano donde lo despojaron de sus armas y lo vistieron con un atuendo rico y delicado y lo llevaron al salón, donde había música y danzas y júbilo y plácida alegría.
Cuando Balin se reanimó, la Dama del Castillo acudió a su encuentro y le dijo:
-Caballero de las Dos Espadas, es nuestra costumbre que todo forastero que pase por aquí debe luchar con un caballero que custodia una ínsula cercana.
-Desdichada costumbre la de obligar a un caballero a batirse contra su voluntad -dijo Balin.
-Se trata de un solo caballero. ¿Acaso el gran Balin siente temor de un solo caballero?
-No siento temor alguno, mi señora -dijo Balin-. Pero un hombre que ha viajado mucho puede estar fatigado y su caballo exhausto. Mi cuerpo está fatigado, pero mi pecho no perdió sus bríos. -Y añadió con desconsuelo-: Lo haré si no queda otro remedio, y me alegrará encontrar aquí mi muerte, mi reposo y mi paz.
Entonces un caballero que estaba cerca le dijo:
-He observado tu armadura. Tu escudo es pequeño y tiene las correas flojas. Toma el mío, que es amplio y resistente. -Y cuando Balin rehusó, el caballero dijo con insistencia-: Te ruego que lo lleves, por tu seguridad.
Entonces Balin se armó de mala gana y el caballero le trajo su escudo nuevo y bien pintado y lo forzó a llevarlo. Balin estaba harto fatigado como para discutir y recordó el comentario de su escudero con respecto al vigor de su adversario, que lo hacía casi invencible, de modo que aceptó el escudo y trotó sin prisa hacia un lago en el cual había una ínsula tan próxima al castillo que podía contemplársela desde todas las almenas. Y las damas y los caballeros se congregaron en las murallas para presenciar el combate.
En la orilla aguardaba una embarcación de tamaño suficiente como para trasladar a un jinete con su montura. Balin la abordó y fue conducido a la ínsula, donde lo esperaba una doncella que lo recibió con estas palabras:
-Sir Balin, ¿por qué has dejado el escudo que lucía tu emblema?
-Lo ignoro -dijo Balin-. Estoy agobiado por el infortunio y tengo el juicio desquiciado. Lamento haber venido a este lugar, pero ya que estoy aquí, nada me cuesta seguir adelante. Si vuelvo atrás me cubriré de verguenza. No. Aceptaré lo que me esté destinado, sea la muerte o la vida.
Luego, como varón habituado a esos lances, probó sus armas y ajustó la cincha de su montura. Después montó a caballo, musitó una plegaria, bajó la visera del yelmo y galopó hacia un pequeño habitáculo de la ínsula, mientras los caballeros y las damas lo observaban desde la torre.
Entonces un caballero con armadura roja cabalgó a su encuentro sobre un caballo enjaezado de rojo. Era Sir Balan, quien al ver que su oponente ceñía dos espadas, pensó que era su hermano, pero al observar el emblema del escudo juzgó que se había equivocado.
En medio de un silencio atroz, los dos caballeros enristraron las lanzas y se acometieron, y ambas lanzas dieron en el blanco sin quebrantarse, y ambos caballeros cayeron de las sillas y yacieron aturdidos. Balin quedó magullado y maltrecho por la caída, y el cuerpo le dolía de cansancio. Y Balan fue el primero en recobrarse. Se incorporó y se precipitó sobre Balin, quien a duras penas se levantó para enfrentarlo.
Balan lanzó el primer tajo, pero Balin alzó el escudo para detenerlo y de una estocada le atravesó el yelmo. Volvió a atacar con su fatídica espada, haciendo tambalear a su adversario. Luego se apartaron y lucharon con ímpetu y tenacidad hasta perder el aliento.
Balin contempló las torres y vio a las damas que presenciaban el duelo lujosamente ataviadas. Volvió a arremeter contra su oponente. El furor de la lid les infundió nuevos bríos y ambos enarbolaron sus armas con ferocidad, y los aceros hendían las armaduras y ambos manaban sangre. Reposaron un instante y luego reiniciaron esa lucha mortal, afanándose por abatir al contrario antes que la pérdida de sangre los dejara sin fuerzas; cada uno le infligió al otro heridas fatales y al fin Balan se tambaleó y cayó, demasiado débil para alzar siquiera la mano.
-¿Quién eres? -preguntó entonces Balin, reclinándose sobre su espada-. Nunca encontré un caballero capaz de oponérseme con tanta valentía.
-Mi nombre es Balan -respondió el caído-, y soy hermano del famoso Sir Balin.
Cuando Balin oyó esto sintió un vértigo, desfalleció y rodó por tierra. Cuando recobró el sentido se arrastró con las manos y las rodillas, despojó a Balan de su yelmo y vio su cara tan cortajeada y ensangrentada que no pudo reconocerla. Apoyó la cabeza en el pecho de su hermano, sollozó y se lamentó:
-Ay, hermano mío, querido hermano mío. Acabo de matarte y tú me has herido de muerte.
-Vi las dos espadas -dijo débilmente Balan-, pero llevabas en el escudo un emblema desconocido para mi.
-Fue un caballero del castillo quien me incitó a llevarlo, porque sabia que de lo contrario me habrías reconocido. Si pudiera vivir destruiría ese castillo con sus viles costumbres.
-Ojalá pudiera hacerse -dijo Balan-. Me obligaron a luchar en esta ínsula, y cuando maté al defensor me forzaron a ser su campeón y no consintieron que siguiera mi camino. Si vivieras, hermano mío, te encerrarían aquí para que los deleites con tus combates, y no podrías cruzar el lago para escapar.
Luego llegó a la ínsula la embarcación con la Dama del Castillo y sus servidores, y los hermanos le suplicaron que los sepultaran juntos.
-Venimos del mismo vientre -dijeron- y vamos a la misma tumba.
Y la dama prometió que así lo haría.
-Ahora mándanos un sacerdote -dijo Balin-. Queremos recibir el sacramento y el sagrado cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo. -Así se hizo, y Balin solicitó-: Inscribe sobre nuestra tumba cómo la mala fortuna condujo a dos hermanos a darse recíproca muerte, para que los caballeros que pasen por aquí oren por nosotros.
Entonces Balan expiró, pero la vida de Balin se prolongó hasta medianoche, y ambos hermanos fueron enterrados en medio de la oscuridad.
A la mañana apareció Merlín y con sus artes erigió una tumba sobre los hermanos y sobre ella inscribió su historia en caracteres de oro.
Y luego Merlín profetizó muchas cosas por venir: el advenimiento de Lanzarote y Galahad. Y predijo trágicos acontecimientos: cómo Lanzarote mataría a Gawain, su mejor amigo.
Y Merlín, tras realizar muchos actos extraños y proféticos, fue al rey Arturo y le refirió la historia de ambos hermanos, y el rey la escuchó con gran tristeza.
-En el mundo entero -dijo-, nunca supe de dos caballeros semejantes.
Jon Steinbeck
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