Un viento helado sopla imparable desde el noroeste. Y por más que busco abrigo, son escasos los momentos cálidos. Sigue constante y cautivador, azotándome el rostro agrietado. Y como adoro esta gélida caricia. La adoro sin razón.
Nuevamente regresaron las agujas de hielo en los pinos. Hermosas y altivas, penden de las ramas y las hojas. ¿Lo recuerdas?, tan hermosas. Brillantes a la luz del día. Luminosas a la tenue luz de Venus en el ocaso. Es todo lo que ansío de las horas, que la magia envuelva al mundo de magnificencia. Y todo esto, traído por los fríos vientos que rozan la hierba verde. Donde los escasos retazos de la magia que queda en el mundo se posan, arrastrada desde los confines de la tierra. Y descansa en los alfombrados pastos, donde graznan los cuervos.
Me senté al pié del árbol del verano, atraído por su llamada distante. Arropado en mi abrigo que siempre pierde un botón oportunamente. El aire frío entró por mi cuello, estremeciéndome con sus pinchazos. Pero este momento bien vale un castañeo de dientes.
Están muy hermosas, ¿Sabías? hermosas agujas de hielo brotan de las ramas, un año más, brillantes, brillantes y luminosas, mecidas por el viento jugueteando en las ramas viejas. Me gustaría que las vieras.
El brillo del hielo, me puso la máscara, la máscara de la tierra se acopló a mi rostro a la perfección, la de los brillos refulgentes. Los que un día, me llevé a mi hogar.
-. ¿Siempre apareces cuando el frío cubre la tierra? -le pregunté.
-. Siempre…- me contestó ella, sentada a mi lado, mirando en otra dirección. ¿ Y porqué no, si es así como tú lo deseas?
-. Te he echado de menos. – le dije con una sonrisa.
-. Y yo a ti…- dijo con un suspiro.
La última vez que me senté al pie de este árbol, los dolores que atenazaban mi cuerpo eran inmensos. Desfallecía, hambriento de equilibrio. Agonizaba o creía hacerlo. Y el tiempo se me antojaba muy corto. Ahora todo ha cambiado. Cuando mi cuerpo gritaba de dolor, mi mente gritaba a la vez. Todo eran chillidos agudos.
Y la mente, con el tiempo se convirtió en un prado silencioso. Donde la brisa recorre con su mano los pastos verdes acariciando su pelaje. Un suave rumor, un trueno lejano. Y el graznido de los cuervos.
– Es el único sitio cercano que conozco donde vienen los cuervos. Me gustan los cuervos, pero ya no por mi propio regocijo inclemente. Ahora es diferente. Me gustan y basta.
– A mi también me gustan, de hecho, he tenido unos cuantos. – Me dijo
Y sobrevino un silencio apacible, donde ambos disfrutamos de la compañía mutua.
-¿Dónde está la niña? -.Me preguntó.
-Hace tiempo que no salimos a pasear. La echo de menos muchas veces. Ella crece y crece, y yo, aprendo de su crecimiento, día tras día. Y mientras ella crece, sus padres, duermen. El sueño que logra hibernar la consciencia. Duermen y no sé si despertarán algún día.
– Es bien sabido, que solo los cambios, despiertan a los que duermen. -. Me dijo, con su tono ceremonial de costumbre.
-. ¿Y quién guarda la verdad? -.Le contesté ansioso. ¿Quién puede tener la verdad sobre lo que ha de ser y lo que no? es angustioso no conocer ni tener respuestas. Y más ansioso se vuelve el espíritu, cuando objetivamente logras divisar los errores ajenos, y siendo incapaz de aplicarlo a tu propia vida, eres lúcido ante la ceguera del que te encuentras alrededor.
Ella guardó silencio durante un rato, mirando los pastos hacia el norte. Sentada a mi lado, no parecía tener frío. Su cabello blanco se deslizaba dulcemente con la brisa. Y unas pupilas blancas se abrían claras, viendo más allá del tiempo presente.
-. La única verdad es la que le sirve a cada uno. Y es normal divisar mejor los actos de los que te rodean, pues los observas desde un punto de vista objetivo, eres espectador de los que te envuelven. Y ajeno a tu propio drama. -. Me contestó lentamente. -. Tú ya sabías eso.
El momento se me hizo pequeño, deseaba estar con ella, y no tener que llamarla a través de mis máscaras. La máscara de la tierra, perdía fuerza, comenzaba a desvanecerse, tornándose translúcida.
– ¿ Y la ira? ¿ Y la ausencia de constancia? ¿Dónde se guardan? ¿En qué viejo baúl con pesada llave de hierro puedo encarcelarlas? clamé angustiado.
Cortando un tallo de hierba, y jugueteando con ella, susurró; -. Quizás no debas guardarlas, más bien llevarlas contigo, y usarlas como arma desde una posición de fuerza.
-. Una posición de fuerza…-.dije por lo bajo.
Y así, permanecimos en silencio durante muchas horas, los dos, bajo el árbol del verano. En el invierno de la primavera.
– Quiero ser árbol, y ver correr el tiempo. Le dije.
Pero ella, había desaparecido.
Con el ocaso, regresé al mundo de los hombres. Y en el corazón me llevaba el deseo intenso, de un nuevo encuentro bajo aquel roble, en el prado de los cuervos. Recogí mis máscaras, las guardé en mí. Ya no sentía frío. Pero si añoranza.
La añoranza de las agujas de hielo, que visten las agujas de los pinos, en este largo y crudo invierno.
Y un cuervo lejano, graznó como despedida, lo saludé con el brazo, y me marché de allí.
Ya no te acordarás de mi, hace tiempo pasaste por mi blog y ahora me paso por aqui. Me he enamorado de tus historias y estoy segura de q volverás a verme por aqui
Un beso
El placer es mio al tenerte en este rincón. No dejes de visitarme, siempre eres bienvenida.
Atentamente
Edanna
Me he pasado un sinfin de veces x aki, siempre silenciosa.
Me enkanta komo eskribes, kríptik@ y mágiko. Gracias x mostrarte a medias.
Gracias a tí por venir ya sea de puntillas y sin tocar el suelo, o danzando silenciosa. Para mí, un placer.
Gracias
Atentamente
Edanna