Paseando con Edith por el mercado esta mañana, nos encontramos con Esther y «El señor Cosa». Ambos vendían las fotografías de este último sobre unas cajas de melocotones. Las fotografías me llamaron la atención rápidamente. Tienen ese «algo» indescriptible que las hace diferentes, transmitiendo muchas cosas mediante esa magia especial, que no se puede medir, guardar ni catalogar.
A los diez segundos pudimos apreciar el nubarrón que flotaba sobre él, acompañándole a todas partes. Su nubarrón, se juntó con el mío y todo marchó bien, pues debido al calor sofocante, se refrescó un poco el lugar con nuestras lloviznas particulares.
Sus fotografías me sorprendieron. Aunque bastante maltratadas físicamente, se aprecia una elegancia que, a sus diecinueve años me parece impactante. Y tan encantado quedé que me llevé tres fotos con su dedicatoria detrás.
Unas escenas llenas de imaginación. Composiciones de enorme fuerza, (así como sus modelos) y otras más suaves, pero llenas de ingenio. Un poco de todo, en su particular mundo de baldosas amarillas, donde su propio mundo mítico se aprecia en cada imagen con una escenografía que se adentra en territorios imaginativos. Un sendero que como he dicho, lleva entre otros recovecos hacia una particular elegancia. Sus propias regiones míticas quedan muy claras en la mayor parte de sus fotografías.
Y por supuesto, su ración de tormento, como no, aunque eso ya lo apreciarás mejor en su blog. Quizás es algo inevitable, y el camino, muy largo.
Hace tiempo que no tenía por lo que brindar. Hoy ya tengo un buen motivo. Por la gente que busca hacer cosas creativas, como «El señor cosa y su grupo de amigos modelos» y que sobre una simple caja de melocotones, monta su sala de exposiciones. Sencillamente porque así cuando pase por delante me permiten ver su obra, y aprender siempre de ellos.
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