…Y así, sobre la ciudad, dos figuras se alejaron por las calles. Una historia más, una historia envuelta en el repentino vuelo de los pájaros, impredecible. Hermoso.
Los tejados siguieron cobijando de la lluvia a sus habitantes. Un músico tocaba el chelo en su habitación, y otro allá, dormitaba plácidamente en un salón despejado y benévolo. Aquella niña de mirada triste fue a sus clases en la universidad, y un chico hacía el amor apasionadamente en la casa repentinamente tan solitaria.
Cada uno bajo su sombra, a la luz del sol, sobre los tejados de aquella ciudad, donde todos sueñan, lloran y rien con ser felices.
La sanadora se acercó al brote del roble y lo cuidó, con su magia, sus hojas rebrotaron y su tallo se tornó firme al vaivén de la brisa fresca de poniente.
Y unos ojos negros me miraron sonrientes desde la ventana, lista para convertirse en pájaro y saltar. Su cabellera de cuervo me trajo a la memoria el son de sus alas. La cruz en su cuello le decía a todos, que a todos amaba.
Yo me desperté aquella noche con un beso en los labios. Súbitamente, y por sorpresa.
Como el repentino vuelo de los pájaros.
Iba de blanco, y me miraba con sus ojos grises. Su pelo negro le caía hacia un lado. Largo y rizado.
– Tienes una carita tan dulce cuando te besan…me dijo…
Un repentino fogonazo de recuerdos pasó por mi mente, esa frase, esa frase de nuevo…cómo es posible…cómo es..
Yo le sonreí, habíamos hablado tanto estos dos dias, no esperaba esto, estaba muy sorprendido. Me midió el pulso con sus dedos finos presionando con firmeza..
– Esto te ha despertado sin duda, me susurró en la oscuridad. – Y más aún cuando te diga que el injerto está bien, estás fuera de peligro. Me dijo casi al oido.
La miré y mis ojos se humedecieron, no sabía que decir, ella no me dejó hablar. En la oscuridad volvió a besarme.
Y así el milagro, comenzó de nuevo.
En la ventana, la muerte enamorada, mi querida compañera sonriente, se transformó en pájaro y voló alto, convertida en un cuervo más de la ciudad, dejándome esta vez de nuevo. Yo no pude acordarme de ella mientras se iba. Ni despedirla, estaba envuelto en la tibieza húmeda de aquellos lábios…
Pero sí que pude escuchar…
El vuelo repentino de los pájaros…
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