“Rol” Integrated Life: decoded (8.0)
Detrás de mi casa se extiende un prado hasta donde se pierde la vista. Tras haberse retirado al fin la nieve y el hielo, unas pequeñas flores rojas y amarillas lo han cubierto por completo. En dos semanas escasas, los árboles se llenaron de hojas un año más y de nuevo el mundo se transforma. Siento que se trata de otra forma de llamar al Poder del Cambio.
Pero por tanta belleza existe aquí un precio a pagar, pues el mundo necesita dormir para poder renacer de esta manera. Un precio que, a veces, se hace difícil de llevar.
Hace dos tardes una mujer de la granja vecina entrenaba un caballo en el prado, haciéndolo correr en círculos. Del animal emanaba un tanto así de elegancia que, extendiéndose por los campos, a mí me daba la sensación de darle un nuevo matiz que se añadía a un mundo de tonos perfectos, completándolo.
―Qué extraño, ―pensé, pues se encontraba justo en el mismo sitio donde hacía tres meses me había encontrado con aquel lobo.
Juego a entrecerrar mis ojos, percibiendo un mundo de tonos y manchas de color. Me producen sensaciones más que ofrecerme detalles precisos, algo que ya algunos en el mundo del arte se han dedicado a ponerle nombre. En una realidad que se construye en base a nuestros sentidos no cabe duda de que se trata de una artimaña que deberíamos tomarnos más en serio. Un concepto que se podría aplicar a otros muchos aspectos.
Con los recuerdos sucede algo parecido. Las imágenes de mi memoria se hacen confusas, se tornan borrosas y se difuminan, entremezclándose. Mis recuerdos de España se van apagando, quedando tan sólo un cúmulo de sensaciones extraídas de esos recuerdos.
Las imágenes del pasado se desvanecen. Me viene el calor de las tardes bajo aquella torre…, pero no imágenes precisas. Tengo la sensación de sentir el aire fresco por las calles de mi vieja ciudad, pero no consigo distinguir ni las puertas de las casas ni sus ventanas, ni los colores de los marcos ni sus detalles. Ya no consigo ver nada, sólo me va quedando un puñado de sensaciones. La verdadera tinta de los recuerdos. Memoria escrita con el tinte con el que se inscriben las emociones.
Me dice un amigo en ocasiones que algún día, cuando vuelva, será como lo hacen los héroes. Como Bilbo de regreso a La Comarca, todo cargado con los tesoros de Smaug. A mí, aunque sonría ante tal idea, me invade siempre una sensación de desasosiego, pues sé que cuando lo haga ya nadie me estará esperando. ¿Importa mucho eso? Aún bajo el velo de mi pseudónimo todavía no me atrevo a escribir aquí la respuesta.
Un detalle que marca la diferencia entre nuestro mundo y el de nuestros héroes es que nadie espera la llegada del mágico elixir. El elixir se ha convertido en un tesoro que iremos guardando sólo para nosotros. A estas alturas soy ya muy consciente del origen de este tipo de ideas, así que me detengo, respiro hondo, y vuelvo a cerrar los ojos.
***
Llevo ya algún tiempo leyendo acerca del cansancio de los autores de algunos blog que sigo en mi lector RSS. Personas que sienten, en ocasiones con desesperación, que no existe el elixir mágico que justifique su esfuerzo. Una compensación por su dedicación.
Nadie espera ya que un nuevo Prometeo les robe el fuego a los dioses para entregárselo a la humanidad. Y si alguno lo hace, suele ser visto con la indiferencia del que deja pasar el día y la noche indistintamente. Yo también siento muchas veces estos mordiscos. En mi caso, pienso en muchas ocasiones que en Lavondyss lo que mejor he sido capaz de reunir es una vasta colección de indiferencias con las que podría montar una exposición. Pensamientos que, de nuevo, resultan inútiles, pues no aportan nada.
Pese a ello, me iría bastante mejor si hablara de ropita friki o de cómo unas graciosas y jovencísimas chinitas con mascarilla me hacen la pedicura cada dos jueves por la tarde en Montreal Oeste. La entrada de hace dos meses acerca de las botas de pata de carnero batió todos los records de audiencia en la historia de este blog.
Como si estuviese destinado en respuesta a lo que estoy pensando, alguien viene entonces para ofrecerme una pista sobre todas estas cosas.
Aphrodita, la más pequeña de la casa, sale al exterior y corre hasta mí. Nos sentamos en la mesa de piedra que hay en el jardín. Contenta, me lee un cuento que ha escrito. Como ve que a menudo me doy cabezazos contra el teclado (al estilo del compositor de Barrio Sésamo), encuentra divertido hacer lo mismo, cabezazos incluidos.
Este es el cuento de Aphrodita Wójcik (traducción inédita del francés original, con mezcla de un poquito de inglés, griego y polaco, aunque hablamos en inglés):
Horreur Noir “Había una vez una princesa de grandes ojos negros y nariz puntiaguda que tenía unas pestañas mágicas. Sus pestañas eran capaces de hacer dormir a quienes ella quería. Un día por el castillo apareció un caballero dentro de una armadura. Apenas podía andar. No se le veía nada la cara porque la llevaba metida dentro del casco. Le encantaba el jarabe de Arce y siempre llevaba una lata en el cinturón… Así que estaba algo gordo de tanta miel de arce. Como le gustaba mucho la princesa le pidió casarse con ella inmediatamente, o al menos salir por ahí a bailar, o lo que fuera. Ella le dijo que de eso nada, que eso era un rollo. El caballero se fue hecho polvo y no se le vio más. Ella entonces se hartó de ser princesa porque todo el mundo quería casarse con ella todo el rato. Se fue a su habitación y se cambió de ropa. Consiguió un vestido de la criada y lo ensució un poco. También lo rompió para que pareciese viejo, viejo. Se tiznó la cara con carbón y se tiñó el pelo de negro. Se puso unas grandes botas y salió del castillo. Para que nadie la detuviese, usó sus pestañas mágicas para ir durmiendo por ahí a todo el mundo, incluso al rey, que se puso a roncar junto a la reina. La sopa se les puso fría después y se enfadó un montón. Se fue a los establos y con las pestañas durmió a todos los caballos para que no hiciesen ruido. Menos a un Poni todo negro y bonito que montó. Lo llamó: “Horreur Noir” (Noche de horror). Antes de marcharse lejos pasó por el pueblo. Allí no durmió a nadie, sino que pasó por la tienda y se compró una bolsa llena de chocolate para el viaje y pasó también por el herrero. Le pidió que le hiciera una armadura y un casco con forma de cubo con dos rendijas para poder ver. Esperó un rato en la sala de espera leyendo en una revista que la princesa del reino de al lado se había partido un pie esquiando. (NdE: Inaudito…). Cuando la armadura estuvo lista, la princesa, montada en “Horreur Noir”, se fue por ahí por los caminos y los campos ayudando a la gente a veces y otras no, otras los asustaba, era divertido, con lo que se lo pasaba genial…» Aphrodita Wójcik |
Bien, yo en este momento ya sentía nostalgia con la sola idea de poder irme de aventuras tal y como lo estaba haciendo aquella princesa. Tras comentarle a la niña brevemente mi añoranza, le pregunté:
―Bueno, ¿y cómo termina la historia? ¿Qué sucede después?
―Nada, que se va con su poni negro a vivir aventuras. ¡Y pasa de ser princesa! ―Me responde.
―Hmm… Vale, lo de pasar de ser princesa está bien, aunque te advierto que la paga es buena y sin límite con la tarjeta de crédito. Pero, tu historia necesitaría un conflicto.
―”And that mean…?” (¿y eso significa…?).
―Significa que tu personaje desea algo y hace lo posible por conseguirlo, aunque no sea fácil y otros no quieran que tenga éxito. Sólo eso. ―Le contesto.
―Pero es divertido. ―Me dice.
―Lo es, pero podría ser más divertido si seguimos con tu historia. Y así contamos qué quiere tu princesa y cómo lo consigue. A ver “PetitBug” (bichito), ¿qué sucedió con el caballero?
―Que se marchó todo triste a luchar por ahí…
―Por ahí, ehm… vale, vamos a suponer que ya que estaba triste porque la princesa no quería casars…, ejem, liarse con él, para demostrarle que era digno de su amor se fue a luchar contra un dragón. El dragón lo capturó, al pobre, metiéndolo en una jaula sujeta del techo de su cueva. Y lo alimenta dándole huesos de pollo. La idea es comérselo, pero más adelante. Sin prisas…
―Ah…, el dragón del volcán… ―Me dice, comenzando a mostrar señales de estar entrando en un curioso estado de trance.
―Ehmm…, sí ese, el del volcán.
― ¡Y entonces ella va a rescatarle! ―Me dice con entusiasmo― No quiero… ¡ups!, porque ella NO QUIERE que el dragón se lo coma.
―Y si lo consigue, ella le ofrece ser su amiga que es más importante, y después ya veremos…, que hay que ver qué prisas… ―Le comento asiendo alusión a un niño que hace poco le confesó su amor y al que ella le dio calabazas hace poquito.
― ¡AWESOME! ―Me dice. Expresión recurrente en la nena. Entonces, tengo una idea.
―Se me ocurre que podemos jugar a ver qué es lo que sucede y así, más tarde, escribes lo que pase como el final del cuento.
― ¿De verdad? ¿Y cómo hacemos eso? ―Me pregunta.
―Sí bichito, mira, estas monedas de aquí pueden servir para jugar las aventuras de la princesa. ―mientras, pongo sobre la mesa varias monedas de 25 céntimos―. Como es muy fuerte y lista, tira varias monedas que además de su fuerza y habilidad representan la suerte que tiene en su aventura. Yo te iré contando los peligros con los que se enfrenta, tirando también monedas. En aquellas monedas mías en que salga cara anulan a las que sale cara de las tuyas, pero no en las que salen diferentes. Al final, el que más caras tiene en una tirada es el que gana.
A todo esto, la sombra de la duda de si el mecanismo era así o no, me acompaña todo el tiempo. Lo curioso es que ella no parece tener dudas de ninguna clase.
― ¡AWESOME! ¡Vale! ―Vuelve a exclamar bastante animada―. ¿Y cuántas monedas tira cada uno?
―Eso depende del personaje, del enemigo y de lo que haga, y además ¡puedes hacer magia!
Cogiendo algunas piedrecitas de mármol que hay en el jardín, tras lavarlas un poco escribo una palabra en cada una con rotulador. Cuando termino, las envuelvo en una servilleta y se las entrego.
―Estos son tus hechizos. ―Le digo―. Cuando gastas uno ya no puedes volver a lanzarlo hasta que duermas como una marmota al menos una noche entera. Cada piedrecita es un hechizo diferente. Uno te permite hacerte invisible. El otro lanzar un rayo destructor. Este hace una nube de humo apestoso que hace que te pongas verde y a lunares. Otro hace bailar a tus enemigos hasta que caen exhaustos. El otro encanta a los animales y a las personas, para que hagan lo que tú quieras durante un tiempo…
Y así, termino explicándole el resto de sus hechizos, siempre intentando recordar aquellos más divertidos que recuerdo del D&D.
De esta forma, con su casco de cubo en la cabeza, una espada (encantada por supuesto, qué menos) y a lomos de su terrorífico poni, la princesa se embarca en una aventura que la lleva al “Bosque de las Siempre Tan Inoportunas Maldades”, donde debe luchar con las mofetas de rayas rosadas. Atravesar el “Cañón de la Mala Pata”, donde un puente de cuerda es custodiado por un troll que termina bailando hasta que sale el sol ―transformándose en piedra claro está―. Cruza por el pueblo de los “Gnomos Ladrones”, donde un rayo destructor hace volar por los aires su “iglesia”, lo que provoca la desbandada general de sus habitantes sin sufrir, eso sí, ni una sola baja; (no pasa nada porque ella los llama por el móvil para que vuelvan). Todo eso bajo el gran cometa del mundo imaginario que le ofrezco para que ponga allí su cuento, una idea que la entusiasma.
Finalmente nuestra princesa se enfrenta a un dragón que tiene más de la encantadora novia del asno de Shrek que de villano (porque todo son influencias), por lo que al final terminan todos haciendo las paces.
He de admitir, eso sí, que tuvo bastante suerte con los dados, es decir, con las monedas. Sacó 5 éxitos contra 1 fallo en el primer golpe, lo que provocó un hundimiento de la moral de su antagonista, que se dio cuenta de que con aquella princesa no se juega.
Tras sus éxitos, su rostro se fue iluminando, y aquellos ojos brillaron. Aphrodita descubrió de todo este proceso un nuevo camino. Uno que ahora siempre llevaría junto a todo un conjunto de experiencias. Más tarde terminó su texto, que leyó en clase con la felicitación de sus compañeros.
***
Hoy, paseando por el jardín recordé las palabras de un profesor que hace tiempo me dijo: “Escribir es un camino solitario, aunque se consiga el éxito siempre se está solo”. A estas palabras les añado las mías, y es que desde el momento que nacemos hasta el que morimos estamos solos todo el tiempo.
Pienso que el camino de la verdadera heroicidad está en conseguir aceptarlo, superando con éxito todo cuanto nos aflige y que nos impide hacer lo que queremos. El auténtico camino del héroe que nos toca vivir es conseguir así nuestros éxitos personales, siendo capaces de poder desprendernos a lo largo del proceso de todos nuestros demonios. Es lo que me impulsó una vez a desear permanecer siempre en movimiento. Pero todas estas cosas no son más que mi opinión, por supuesto.
Mi moraleja es que lejos de mi casa y de todo cuanto una vez conocí, jugando al rol una tarde en algún lugar de Norteamérica, la pequeña Aphrodita halló su elixir, y yo encontré el mío.
Un elixir invisible que está ahí para cada uno, y que es en realidad el que importa, iluminando los rincones más oscuros al igual que lo hace la luz de Eärendil, cuando ya no hay ninguna otra luz. El centelleo de un elixir que sólo podemos ver cuando todas las demás luces ya se han extinguido.
Agradecí entonces haberle dedicado tanto esfuerzo a una actividad de la que soy muy consciente que difícilmente voy a obtener una retribución directa, si no es la que se obtiene para uno mismo. Me animó también a tener la seguridad de que nunca he perdido el tiempo por tratar de hacer lo que me gusta. Pues aquella tarde el haber trabajado en mis pasiones me dio, cuando menos me lo esperaba, otro gran momento en mi vida. Uno que guardaré como uno más de entre todos sus muchos tesoros.
10 de mayo
Edanna
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