El sexto día de la segunda novena, en la tercera estrofa en honor a Maeth, los quinientos hombres que quedaban vivos llegaron al fin a las costas de lo que a partir de entonces sería conocido como Evnissyen, el mar que supone el fin del camino que conduce al norte del mundo. Así fueron llamadas por el jefe de la expedición aquellas aguas en honor a su hija primogénita. La misma que había perdido durante la cruel estación de invierno, un ciclo atrás. No obstante, fue tanto el respeto y el cariño que sus hombres sentían por el que muchas veces logró salvar sus vidas que, en su memoria, sus costas fueron también conocidas con su nombre: Lutska, El Valeroso.
En algún lugar de aquel mar helado, cuentan que existe una isla de cristal que se eleva sobre las olas. A ella van a parar los espíritus de todos los niños que mueren en nuestro mundo antes de haber cumplido las diez estaciones. Allí aguardan, hasta el día en el que La Niña Môrndum, investida como una criatura mortal, vive una única jornada que comparte junto al resto de los mortales. Una vez consumado es entonces cuando, ante la atenta mirada de la Luna de Cebada, se une a ellos abriendo las puertas de la isla y dejando escapar todas las almas. Juntas, van a reunirse con las demás en el Flujo de Almas, visible desde la tierra, y que conocemos como El Sendero de Rheya.
Así fue como me lo contó Erynn, vigesimocuarta primogénita de Elethandian, que por cercanía y cariño es conocida en nuestro mundo bajo el sobrenombre de Edith. Encargada de narrarle a la tierra consciente la crónica de nuestra vida.
Entre aquellos hombres se encontraba Einar Kohl, quien fue el que salvó las notas de viaje de Lutska y que más tarde daría su nombre a las grandes barreras, encontrando un paso que conduce hasta el borde exterior. Todo cuanto encontró allí se lo llevó consigo, pues no tardó en marcharse por segunda vez, poco después de haber regresado con los escasos supervivientes de su primera misión. Cuentan que una vez hubo visto los límites de nuestro mundo, el lugar donde la realidad se despedaza, aniquilándose, supo que ya jamás podría volver a llevar una vida normal. Porque, aun teniendo que pagar un alto precio, fue Einar quien descubrió que nuestro mundo se muere.
Dyss agoniza, sufriendo en sus límites un deterioro progresivo que la aniquila tal y como le sucede a la mente de un hombre al ser consumida por la demencia los últimos años de su vida.
En ocasiones, me pregunto si todo este drama que vive la tierra, oculta tras el velo de nuestra ignorancia, no es la razón de su melancolía. Me pregunto también, muchas veces, si no hemos heredado nosotros una pequeña parte de toda esa tristeza.
Pero una misión como aquella no hubiera sido posible de no haberse urdido un plan con el que engañar a la Bestia Túgal. Tras todo aquello, según se supo varias estaciones después, estuvieron implicadas las Hijas de Morthid, que financiaron la expedición al andar buscando algo que no somos capaces de imaginar. Así, entre todos aquellos hombres había artesanos herreros, carpinteros y navegantes experimentados que, cargando con sus herramientas y muchos materiales en grandes carros, al llegar a las lejanas costas del Mar de Evnissyen tenían la misión de construir los navíos con los que más tarde poder cruzar el mar, en un intento de poner el pie en Conundrum. Una colosal empresa, pues nada en aquellas costas, salvo una tundra helada, aguarda la llegada de quien se atreve a viajar tan lejos. Un largo viaje que les llevó más de dos años.
Su plan consistía en fletar once navíos, cada uno con las tripulaciones mínimas que, zarpando el mismo día, tomarían direcciones diferentes a fin de intentar confundir a Túgal, el Centinela que vigila las aguas. Nada más hacerse a la mar, la bestia no tardó en encontrarlos. Ante su presencia, muchos cayeron encogidos sobre la cubierta, horrorizados por el aspecto fantasmal de su imagen parpadeante.
Uno por uno fue destrozando los navíos, reduciéndolos a astillas y arrastrándolos consigo hasta las profundidades del océano. En total, más de cuatrocientos hombres se perdieron con aquella artimaña. Un sacrificio injusto pero necesario, pues consiguieron crear la suficiente distracción como para que la nave más pequeña de todas, una pequeña embarcación ligera y veloz con treinta y tres hombres a bordo, pudiera llegar hasta la sombra de los picos nevados de la Gran Barrera. Las tan ansiadas costas del Continente Periférico.
Dos ciclos más tarde, ocho años después, conseguirían regresar cuatro supervivientes. Entre ellos el mismo Einar portando los cuadernos de Lutska, junto a dos de sus mejores amigos, enloquecidos para siempre por el canto inmisericorde de Túgal.
Pero todo lo demás, sólo son leyendas.
Edanna
19 de junio
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Me acabo de encontrar tu pagina, me encanta.
Saludos.
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