Ese día, por razones inexplicables, le llevé una hamburguesa al vagabundo de la esquina en Sherbrooke con St. Catherine.
Él, tras una brillante y lúcida mirada que provenía del fondo de unos profundos ojos azules; me contó que una vez, en aquel rascacielos que se veía al fondo, le había estrechado la mano al mismísimo príncipe del país de donde yo había venido.
Una vez, cuando trabajaba en su despacho de la planta 36…
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