A la luz del ventanal del ala oeste pasan las tardes Sarah y Kebetta, preparando meriendas para sus mejores amigos de trapo.
Sarah, rubia y pecosa; Kebetta, morena y delicada, con una gran mancha oscura en su falda listada de bandas azuladas.
Ahora juegan más tranquilas ya que Sarah no se enfada tanto con Kebetta, e incluso ¡es más divertido! Pues cuando Sarah alarga su mano para tocar a Kebetta, ésta sólo encuentra el aire, igual que sucede cuando pretendes agarrar el fino polvo que flota en el rayo de sol que entra a través de la ventana; o cuando pretendía coger la nube de harina que se formaba cuando mamá preparaba el pastel de Acción de Gracias.
Este nuevo juego es algo que las divierte especialmente.
Es su risa ya parte entrañable de la casa al igual que el delicado cuerpo de Kebetta, que yace con la boca repleta de bolas de alcanfor, y que Sarah, de forma diligente, y canturreando una cancioncilla, había escondido cuidadosamente en el fondo del armario, el de las escobas.
Ése, que se encuentra bajo la escalera…
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