“Rol” Integrated Life: decoded (5.0)
Mi noviembre se marchó, siempre me pasa; sin darme cuenta se me va, no dándome tiempo a despedirme. Yo uso mis noviembres para contar el tiempo, ese que pasa y que vuela, y que no atiende a razones de tan ocupado que parece que esté todo el tiempo. ¡Qué cosa rara!
Siempre siento tanto que se marchen mis noviembres… Es mi mes favorito de muy lejos, y algo que trato como a alguien que trate muy de cerca; así, como algo muy mío.
Esta vez, cuando se marchó yo estaba jugando al rol, suerte que tengo. Ya una actividad escasa, preciosa y digna de mención.
Salí de la partida “echando fuego”, y me decidí a hablar sobre ello tras leer algunas entradas en mis blogs favoritos acerca de los intentos de buenos padres intentando integrar ese Rol que tanto queremos en la vida diaria de nuestros hijos. Sus intentos me hicieron reflexionar una vez más, al compararlo con mi desastrosa experiencia en la última partida, sobre cuales son el tipo de cosas que fallan en algunas ocasiones en lo que a los juegos se refiere. Me hizo pensar que, en muchos casos, los adultos parecemos olvidar cual es el verdadero motivo de hacer lo que hacemos y de tratar de decidir lo que puede ser o no verdaderamente importante. Por eso, cuando leo sobre las experiencias con los niños, recuerdo su mirada brillante, su rostro soñador y del pequeño milagro que, no siempre, no, pero que a veces sucede, allí, en algún lugar dentro de sus mentes.
No tengo ninguna intención de tratar de decirle a nadie cual debe ser el motivo de nada o de lo que debe o debería ser importante o no serlo. Esto, como siempre, es una reflexión. Una reflexión compartida que para eso están estos pequeños periódicos personales que llamamos blogs.
Una de las más bonitas experiencias que he vivido desde siempre es contar un cuento a niños y no tan niños, que en muchos casos están más que predispuestos a dejarse llevar. Preparados psicológicamente y con las alas repletas de combustible porque, sencillamente, desean hacerlo. Lo descubrí hace tiempo, tanto por mi vinculación a un grupo teatral, como a mis relaciones con personas vinculadas al mundo del teatro y de la narración profesional. Los famosos “cuentacuentos”, que tan de moda se han puesto a lo largo de los últimos diez años. También me he animado a jugar al rol con niños, eligiendo para ello reglamentos muy básicos y muy, muy simplificados, basados simplemente en elegir rumbos en la historia, como en los libros interactivos, y añadiendo un componente de azar de manera muy básica; como, por ejemplo, emplear un simple dado (grande de peluche) que les ayude a tomar decisiones. Ir más allá de eso nunca es buena idea. Hay que recordar que no aguantan la atención durante mucho tiempo y que debe ser siempre lo más dinámico posible. Por otro lado, a partir de diez años es quizás cuando podemos tratar de hacer algo un poco más elaborado; antes de esa edad pienso que sólo podemos enfocarnos en contar historias breves a las que podemos tratar de añadirles algunos caminos de elección.
Esto tampoco garantiza que todos vayan a prestarse a ello, pero los que lo hacen viven aquello que les cuentas de forma tan vívida que se vuelve inolvidable. Yo siempre recuerdo una aventura que dirigí a un grupo de niños de entre 11 y 14 años escrita por mí, “La princesa y el dragón Vermidor”. Me estuvieron hablando de ella durante meses y aún hoy me preguntan, hasta por mail hace poco, cuándo vamos a continuar la historia.
Bien, no significa que el rol sea la panacea de los sueños infantiles en absoluto. Como siempre, hay niños que se prestan, otros no lo hacen en absoluto. Simplemente porque hay niños incapaces de estar sentados más de 10 segundos. A esos en Canadá los llenan de Ritalin. El Metalfenidato es la cura contra la vida enérgica que trata de comerse el mundo, o del déficit de atención con hiperactividad, como prefieras. Vaya, posiblemente resulte que Carlomagno era uno de estos… Pero no, no trato de trivializar acerca de este tema. Es un tema demasiado complejo y delicado para tratarlo en dos frases, y el déficit dichoso es muy real.
Pero bueno, como me encanta andarme por las ramas y ya son las 3 de la mañana volveré a centrarme en mi desastrosa experiencia rolera del otro día.
Al grupo, yo conocerlos no es que los conociera demasiado, pero como ahora mismo estoy por Canarias y necesito desahogarme un poquitín, me uní al grupo tras previa invitación en una coqueta tiendecilla friki local. Para no extenderme demasiado diré que el juego es el magnífico “El Anillo Único”al que tenía ya ganas de hincarle el diente. Juego que tengo gracias a que me lo habían regalado y que ni había terminado de leer…, pero que ya quedaba poco ya…
Deambulando por la Tierra Media junto a dos hobbits salidos, una hobbit ninfomaníaca que se desabrochaba la camisa para conseguir descuento y un enano absolutamente enamorado del escándalo; entre repetidas alusiones sexuales a todo lo que se moviera, un pueblecillo de buenos hobbits cuya empalizada tenía forma de miembro viril, un hermoso barco de blancas maderas fondeado en los puertos grises llamado “Kill-Dig”…, ¡ah! y tras aniquilar a unos lugareños por negarse a hacernos una rebajita en unos aperos…, nos embarcamos alegremente en nuestro bajel pirata con el fin de alcanzar el pico del Meneltarma, allí, donde una Númenor que había conocido mejores días dejaba aún entrever su punto más alto sobre las olas, en algún rincón distante en el medio del océano. Ni que decir tiene que un sinónimo del más gentil término «falo», no tardó en convertirse en un nuevo topónimo en nuestras cartas de navegación
Yo, que pensaba que Ulmo nos barrería a todos de la faz de la Tierra Media de un manotazo —con toda razón—, me sorprendí bastante de llegar con los pies bien peinados al dichoso templo, único superviviente de esta Atlántida Tolkiniana tan especial y que le da veinte mil vueltas a la del mundo clásico. Allí había que adentrarse buceando por una suerte de oquedades entre las ruinas sumergidas…, y tal…
Para ello, disponíamos de no sé qué hierba que nos permitía respirar bajo el agua (cough, cough) con sólo tres, repito tres, dosis. Tres bajaron entonces…, y con tanta seguridad que tenía yo en que el DM habría previsto otras alternativas para poder disfrutar de la aventura todos juntos que…, ¡no espera! resulta que ¡NO! Había tres dosis y sólo tres (y el número a contar será siempre tres…), así que los intentos de realizar una inmersión a pulmón libre terminaron con mi personaje morado, sin puntos de aguante, y regresando al barco a duras penas a que le dieran un masaje cardiaco y un buen par de morreos de esos, oxigenantes...
¿Las razones de aquello? La coherencia, la lógica, ¿el realismo? ¿El castigo por los pecados, por no adorar la obra del DM como merece?…, ¿por no adorarle a él y mirarle con ojitos tiernos…? ¿Quién sabe? El caso es que otro jugador y yo nos dedicamos el resto de la sesión a arrojar al mar piedrecillas planas con la intención de hacerlas saltar rebotando en el agua —aguas que contemplábamos con miradas lánguidas—, mientras nuestros otros tres compañeros jugaban, mataban bichos, se llenaban los bolsillos de miles de lógicas monedas de oro y morían despedazados por una cosa lógica que andaba entre Nazgúl, Sara Montiel y Pedro Navajas con corona de hierro y mucha mala leche, porque eso era lo lógico…, y lo razonable. Así pues, en un vasto y ancho mundo irreal, cruzando un vasto océano de quimeras, adentrándonos en un templo irreal y luchando contra imaginarias bestias feroces, nos topamos con el peor monstruo de todos: el deseo de anteponer una confusa y mal entendida concepción de lo que debe ser lógico y “real” a la diversión que, pienso yo, debería ser la primera ley fundamental que ha de anteponerse siempre a todas las demás; pues entiendo yo que: «Aquí a lo que venimos principalmente es a divertirnos».
Bien, todo esto, que parece que resulta de lo más sensato resulta que no, que no lo es. Y no se trata de quejarse por quejarse. Yo no me quejé, ni me quejo. Me dediqué a pasear, tras marcharme, por las calles frías de mi ciudad con una sensación de que mi tiempo aquí… Simplemente no entiendo cuales son las prioridades antes que las que dicta el sentido común. En realidad lo que ha sucedido es que esta vez simplemente tuve mala suerte. Me topé con un mal máster y punto, que haberlos, “hailos”. Lo curioso es que se trata de una persona que, por muchas cosas, me cae muy bien, lo que me resulta irónico.
El problema es que como la sangre nueva escasea, a los malos másters les crujen ya las articulaciones por todos esos años que ya tienen. Porque no hay cantera y como no espabilemos, nos vamos a encontrar con que un grupo de exploradores van a venir en unos pocos o muchos cientos de años, van a descubrir nuestras tumbas, seleccionarlas, catalogarlas y ponerlas en el museo de historia natural o de arqueología un día de estos.
Allí yaceremos, con nuestros libros de rol aferrados entre unos esqueléticos dedos (ellos y ellas qué os creeis) mientras de nuestras calvas, en las cuales aún se conservan algunos mechones de pelo, se resbalan unas herrumbrosas coronas de hierro…
A veces siento que hemos perdido la capacidad de muchas cosas. Corrígeme si me equivoco…, ¡hazlo! Perdemos “Nuncajamás” y se ríen de nosotros si nos atrevemos siquiera a mencionarlo. De mí lo hicieron alguna vez en el entorno laboral y aún no salgo de mi asombro cuando lo recuerdo, encontrándolo inaudito. ¿Por qué encontré más respeto fuera que dentro de las fronteras de mi propio país? ¿Por qué?
Las personas se ríen de sí mismas, podemos hacerlo; sí, eso está muy, pero que muy bien. Debemos hacerlo y lo comparto… pero, siento un gusto amargo cuando de reírnos de nosotros mismos pasamos a revolcarnos por el fango, deleitándonos en nuestra propia mediocridad. Esto, siento decirlo, está muy arraigado en la cultura española, tan del humor estilo Torrente, del Jueves y del Víbora. Un humor que tiene su sitio y que está muy bien también, ¡por supuesto! Pero…, de tanto leer a Mortadelo y Filemón nos lo creemos, nos lo hemos creído, algunos nos lo hemos terminado creyendo. Siento que nos lo hemos llegado a creer y que ya no hay manera, que ya no hay vuelta atrás para un grupo generacional. Aunque también sé que eso está cambiando.
A veces siento que jamás nos detenemos ya de reírnos, que somos incapaces de hacerlo, y es cuando se convierte entonces en ese baile de máscaras en el manicomio. Podemos llamarlo Arkham Asylum ¿por qué no? Un manicomio donde, vestidos de aristócratas con peluca de rulos a lo «Rey Sol», bailamos hasta que sale el sol para caer exhaustos, decadentes, muertos, entre un prado de flores. Muertos entre las flores.
Yo perdí la inocencia hace mucho tiempo. Un tiempo en el que creí que la coherencia y el deseo de un cierto tipo de actividad intelectual primarían sobre las emociones, los deseos y el ego. Mi pérdida tuvo lugar a medida que fui descubriendo, entre otras muchas cosas, internet, desengañándome de cómo son la mayoría de las personas. Puede que hable de eso en otra ocasión; por ser extenso, porque es muy tarde y porque, en realidad…, ¿a quién le importa?
Edanna
3 de diciembre de 2012
Información Bitacoras.com…
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