Cuando atisbé en el álbum de los recuerdos, mi primera reacción fue apartar la mirada. Tuve que hacer un esfuerzo por continuar enfrentado a mi espejo. Un espejo que no resulta claro ante la atenta mirada de una conciencia intranquila. Pero no todo eran fábulas y reflejos. En la región que no quiero mirar, no todo es motivo de vergüenza. Había imágenes que hablaban de textos extensos, historias sin narrar, clamando por revolotear por estas estancias infinitas.

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Y todo, por tener días claros. Un día claro es como un premio. ¿Porqué el hombre cuando se aparta, calla y se esconde? La sinceridad más allá del mundo agrietado del hombre está escrita en cada piedra, en cada árbol del mundo. Y no quisiera dejar de aprender del rumor del viento. Este es un tiempo de cambio para todos, más que nunca, el cambio prevalece sobre la rutina de nuestro tiempo.

El viejo meme viene siempre a mi memoria. El caballo que corre desbocado bajo el espejo del cielo. O sobre la duna amarillenta bajo un firmamento de un azul que ciega. Un arquetipo mítico de la memoria. Somos una suma de esquemas. Con la maravillosa capacidad de lo impredecible. Aunque la aleatoriedad de muchos no nos guste en absoluto. El silencio es compañero de aventuras, viene sin desearlo, lo ejercitamos por inercia y cobardía. Todos callamos los unos a los otros. Y finalmente, todo queda dicho, sin articular una sola palabra. Aunque el mensaje final no sea el que había en mente. Una vida en silencio, en cada edificio, en cada calle y cada esquina. Pero el ruido, ese ruido, es incesante. Jamás calla el ruido atronador de los hombres. Tanto ruido, para no decir nada.

Y en ese ruido constante vivimos, un ruido sin mensaje. Un ruido lleno de silencio. Me molesta el barullo. Emitir sonidos sin decir nada. Solamente cuando miramos atentamente, encontramos los mensajes.

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-¿Porqué callas? me dijo ella.

-No tengo nada que decir — Le contesté

Ella vuelve a sonreír, clara y diferente esta vez.

-Me pregunto cuanto tiempo falta todavía, ¿tú lo sabes? – Le pregunté

Pensativa, respondió al final -No podemos estar esperando a que mañana venga tu momento. – ¿No crees?

Miré atentamente al horizonte, cielo y tierra se tocaban dulcemente, como en un beso lento, de los que hacen detenerse el tiempo. Con todo a su alrededor, clavando a las aves del cielo en un lugar concreto.

El lienzo se pintaba solo, lentamente, los colores iban y venían en una danza mágica. Edanna reía de vez en cuando, al contemplarlo. Le divertía construir paisajes para nuestros encuentros.

Las nubes parecían un cuadro brillante sobre cal fresca. De colores vivos que casi dañaban la vista. Fue un momento intenso y apacible, diferente a la gravedad de otros instantes del pasado. Habíamos recorrido mucho camino, y aunque no veía el final, ya no me preocupaba. Nos deteníamos en muchas ocasiones ante cualquier cosa que llamara nuestra atención, y transcurrían días, semanas, meses…el tiempo, aquí es diferente.

¿Qué sucedió en el bosque? – Me preguntó

Sin dejar de mirar la playa, le contesté despacio – Me perdí, corrí desesperado durante días. No sé cómo pero sí el porqué. Su mano se me deslizó rápidamente de la mía, la perdí.

Encontré a Niñoroto varios días después, o más bien él me encontró a mí. Subí sobre su lomo y me llevó a la posada del fin del mundo.

– ¿ La posada del fin del mundo? –preguntó curiosa.

–Sí, es…bueno es el último recuerdo. Allí donde se guarda todo lo que te gusta. Es el último refugio. Después, todo es desconocido.

¡Ah! claro, Sandman… -Ya… -dijo divertida-

Ella miró la arena húmeda, azul como el cielo sobre nosotros.

–¿Y qué sucedió después? –Preguntó

Me costó responder. – Bueno, después me fui a una mesa del fondo, le dije a la dueña que me trajera un vino denso y oscuro. Y me senté.

–¿Y ya está?

–Por lo que veo, sí…eso fue todo. – Le respondí algo avergonzado.

Me miró entonces y me dijo. – La posada del fin del mundo es como dormir para no pensar. Allí estás calentito, estás cómodo, y te rodean tus sueños. La posada del fin del mundo está bien, para pasar un rato y charlar. Pero no para quedarse.

– Lo sé. – repliqué

-Pero se olvida, siempre se olvida, y ese olvido, es nuestra maldición. – Me dijo con su ceremonia de costumbre.

Yo me sentí dolido, con ganas de marcharme. Mi parte de niño quería irse a su cuarto y pasar la llave.

– Esto, ha sido muy duro Eda, – Le comenté cansadamente. – Y solo tú y yo conocemos los detalles.

– Si , es cierto -dijo ella. – Tú, los que sueñan, los que se detienen un instante, que son muy pocos, tu querida hermana por ejemplo, y yo claro. Pero yo no cuento. Así que no nos vale por ahora.

-Bueno mira, – prosiguió – Haremos una cosa, tendrás que construir más escenarios, y más a menudo. Y encontrarnos. Y mientras tú pintas, yo canto. Y al cantar mi canción, tu comenzarás a contar tu cuento.

-Contar…

-¡Sí! narrar, narrar despacio eso sí. – Es lo que deseas ¿no?

-Si…creo que si…

¿Qué es eso? preguntó de repente. ¡Ah vaya! – Y riendo, se despidió, ¡no lo olvides!

-¿A dónde vas? – exclamé.

–¿Te importa? es que vamos a cerrar la caja, es el cambio de turno. Me dijo la camarera con expresión de no querer escuchar ninguna respuesta.

-Si…claro -Por supuesto.

Miré el platito, brillaba, se reflejaba un foco halógeno del techo. Todo había sido muy rápido.

Apagué el cigarrillo. Lié otro, rebusqué en la cartera de nylon.

El cielo fuera era increíblemente azul, el frio se había marchado.

Comenzaban los días largos hasta el periodo estival.

Ahora todo era cuesta abajo, hacia el Sur.