La noche pasada, de madrugada, los lobos mataron a un ciervo detrás de la casa. La nieve teñida de púrpura centelleaba bajo la luz de la mañana. Alrededor de sus ojos vidriosos, aún con la mirada perdida tras el velo de su muerte, el animal continuaba resplandeciendo de belleza. Los vi desde mi ventana, en lo alto de la vieja casa, corriendo alegres por los campos, jugando a sus juegos traídos desde antaño en su memoria.
Mientras, no cesa de nevar; todo es blanco, todo es blanco, ahora todo es blanco entre nosotros; en mi viejo y querido lugar, todo es blanco entre nosotros.
No muy lejos de allí existe un bosquecillo, con sus árboles ahora desnudos de hojas, donde imagino que tienen una camada. El líder de la manada es tan grande como un lobo blanco, y sus ojos destilan una inteligencia que proviene de tiempos pasados.
Me observó con una extraña mirada, entre burlona y desafiante desde detrás de la cerca; ésta, cubierta ahora de nieve, no supone ninguna barrera para poder encontrarnos una noche, poco después de caer el sol tras los bosques.
Yo, soñando siempre con olas que braman sobre una mar centelleante, no pude escuchar los aullidos aquella noche, pero los volví a divisar al anochecer del día siguiente cuando volvía de Alexandria. Iban corriendo sobre la nieve como borrones parduzcos. Soplaba un viento gélido entonces, llevando en sus brazos nubes de plata sobre un lienzo blanco.
Algunos aullaban, felices, pues son conscientes de que este año la nieve retrocederá pronto. Eran alrededor de una docena, algunos muy jóvenes, que se dirigían desde su bosque hacia el río, donde saben que pueden encontrar los restos que los pescadores arrojan al marcharse tras pasar el día pescando a través del hielo, refugiados en sus tiendas. Cuando los ven venir, los coyotes huyen aterrorizados, con sus finas patas evitando las grietas que comienzan a aparecer ya sobre el hielo.
Y en la lejanía los campos se extienden blancos hasta el horizonte. Remolinos de polvo de nieve plateada que juegan a verse los unos a los otros hasta comprobar quién recorre más distancia. En ese lugar en donde nació el término infinito, la belleza de la soledad toma aquí su definición primera, para marcharse poco después a recorrer el mundo.
Tiene un mensaje de dignidad todo esto cuando lo comparas con un mundo acostumbrado a dar mordiscos invisibles que no consigues ver venir desde ninguna parte, ya que se trata de una cuestión de contraste. Tiene la virtud este paisaje de hacerte olvidar rápidamente todo cuanto nos suele preocupar de la vida cotidiana. Pues, qué lejos quedan de aquí los que vienen a ti sonriendo mientras en realidad cuanto anhelan es poder despedazarte a dentelladas; qué lejos resultan ahora los sueldos miserables; los empresarios sin escrúpulos, pero también los negocios sin sentido de todo cuanto queremos creer que resulta sensato; los tratos sin ética de la banca repugnante y sus lacayos, los que los obedecen tal y como lo hacen los soldados al legitimar órdenes sin sentido; los gobernantes mentirosos y todos los políticos corruptos del mundo.
Es el mismo tono de rojo, pero uno que no resulta tan visible ya que no hay nada tan blanco sobre el cual poder compararlo. Se trata pues este otro rojo sobre la nieve de un rojo honesto, tan claro como lo son los números; única forma de poder apreciar la belleza —de haberla— en su final, si es que existe. Puede que resulte difícil encontrarla, pero sí que se halla aquí la dignidad.
Este ciervo sobre la nieve me recuerda a tantos otros corderos, pero con un matiz que marca la diferencia, pues son éstos corderos dotados de cornamenta, una que crece y crece, formando sus propios árboles de sabiduría; la que nos alimenta, la que sube y, extendiendo sus alas, se alza y vuela, alcanzando todo cuanto nadie más pudo conseguir alguna vez.
Porque este ciervo tuvo la suerte de terminar con dignidad, para mí nuestro don más preciado; allí, en ese único lugar en donde no puede haber belleza, por mucho que se empeñen las niñas góticas de nuestras ciudades en tratar de encontrarla.
Sin la intención de pretender construir melodramas, a mí, todo esto simplemente me dio motivos de alegría. Porque, mientras el viento gélido que siempre sopla aquí del noroeste levanta nubes de polvo de nieve, tuve la fortuna de mirar a los ojos a un extraño sabio que me observó con la mirada de todos sus antepasados, un anciano errante que desde el otro lado de la valla se molestó en cruzar conmigo una mirada durante unos instantes.
Yo le sonreí, y tras desearle suerte se marchó, aullando, junto al resto de su manada, dejando atrás el cuerpo ya devorado de su presa, feliz de estar entre los suyos, para desaparecer poco después, en algún momento, tras los campos nevados.
Porque ahora está nevando, y todo es blanco, todo es blanco entre nosotros… Allí, en mi vieja ciudad perdida, ahora todo es blanco entre nosotros…
Edanna
26 de febrero
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Precioso, muy bien escrito, y ante todo tan sugerente como cierto.
Me quito el sombrero.
Gracias por tu comentario Víctor, por tomarte la molestia de escribirlo y por pasar a visitarme.
Un cordial saludo.