Levanté la tapa de metal, no tenía ni medio codo por otro tanto. En su interior, el fango, se revolvía. Un lodo con vida propia, blanquecino y pestilente.
Lo sabía, en algún otro lugar lo sabía, otra vez…
Introduje la mano en el légamo viscoso. Más y más, hasta más allá del codo, el antebrazo se sumergió también, un sudor frio recorrió mi espalda.
Gusanos blancos y diminutos habitaban el lodo, estaban en todas partes, cientos, miles de ellos, pequeños gusanos blancos. Se me adherieron a la piel, me subían por el brazo. Sentía arcadas.
Fuí sacando el lodo del pequeño pozo, un pozo de exactamente un brazo de profundidad, al fondo toqué algo blanco que se descascarillaba al rozarlo con los dedos.
Según iba extrayendo, el hedor era nauseabundo, pensé que me moría de asco. Saqué el légamo, y lo introducía con un gruñido de terror en la caja de cartón. Lo saqué por completo, los gusanos bailaban por mi piel.
Toqué en fondo de la poceta, una costra reseca y blanda, y miré.
Su rostro, abrasado, quemado, me contemplaba desde el fondo.
Grité de pánico y al sacar rápidamente el brazo me salpiqué de légamo, corrí a lavarme , no había agua. Corrí entonces al muro al final de mi calle, con la idea algo absurda de frotarmelo entre las viejas piedras algo caidas. En el muro había dos individuos de negro, sentados en el borde del muro casi de manera milagrosa, acuclillados como si fuesen cuervos.
No me importó, corrí y corrí, me restregué la mano con la tierra suelta, me froté con las piedras, desesperado, la cogía y me la frotaba. Tierra roja de ladrillo viejo.
El muro se cayó.
Los hombres en cuclillas rieron.
Tras el muro había un viejo jardín lleno de hierbas altas, hierbas resecas, trozos de muro viejo, piedras, una mujer sin rostro paseaba entre las ramas muertas…una mujer delgada, con un vestido blanco. Su pelo largo y lacio le caía por delante del rostro, era imposible verla con claridad, emborronada y difusa, hizo ademán de girar su rostro hacia mí, en su mano llevaba unas tijeras y un trozo de cuerda que salía de un ovillo…
Desperté bañado en sudor frio, mi gata maullaba desesperada y me golpeaba con sus patitas. Cada vez que grito en sueños, maulla y me despierta con sus patas.
Grité de desesperación, grité de rabia.-
La gata arqueó el lomo, bufó enseñando los dientes, aterrada.
– Pequeña. ¿Te he asustado? ven pequeña…- le susurré a mi gata, preocupado.
La acaricie, tras un instante comenzó a ronronear.
Otro sueño, otra pesadilla.
Hace unos dias tuve que limpiar una boca de desagüe, mi consciente y mi inconsciente de nuevo me hicieron la jugarreta.
¿ Porqué una pesadilla? Todo iba bien…
Me levanté, todo parecía estar desdibujado, como un boceto realizado rápidamente a creyones.
Torpemente fuí al cuarto de baño, me lavé la cara durante un cuarto de hora.
Basta…
¡¡¡Basta!!!
¡¡¡ BASTA!!!
-Ahora los vecinos se habrían hecho ya una idea del nuevo inquilino del número cinco…-Pensé
Literalmente me derrumbé en la oscuridad de mi sillón frente al ordenador. Al encenderlo escuché el sonido que hace y que me gusta, parece la turbina de un avión, es, como si me encendiese yo también.
Y escribí…
– ¡¡¡Tom!!!
– ¡¡¡Tom!!! ¿donde estás?
– Te necesito viejo Topo, tu eres el que falta…
Levanté la mirada hacia las alturas…
– En el cielo una gigantesca nube en espiral, totalmente negra, se arremolinaba sobre el bosque. Los destellos frecuentes en la masa nubosa indicaban feroces relámpagos.
Miré el oceano al pie del acantilado, el mar estaba totalmente blanco de espuma, las olas gigantescas barrían la costa. Todo era oscuridad.
– Tu pesadilla, ha removido hasta los cimientos…- Dijo Kalessin, apareciendo a mi espalda.
– Si, pesadillas, sueños vanos, recuerdos de llama y llanto.
– Dile a la roca sin nombre que…
– Dile a la roca sin nombre…
– Leer unas lineas, hacer un verso, una carta a una amiga, una sonrisa, una lágrima, todo en una sola gota de lluvia.
– kalessin…
– ¿Si? respondió el dragón.
– Vuelve a la frontera, las puertas se cierran por ahora, – le dije – ya no basta con que las guardes, a partir de ahora, no permitas la entrada a Lavondyss, a nadie. – Avisa a Tom, que acompañe a nuestra invitada hasta aquí…
– Kalessin, calló, obediente, batió sus alas pesadamente, entre una nube de polvo y viento remontó el vuelo
– Como ordenes,- dijo – y se marchó.
¿Ha llegado el momento verdad Edanna? – Pregunté, con los ojos bajos, mirando de reojo al retoño del roble.
Lo sabía, de alguna forma lo sabía. Me había descuidado. Todos los cabos estaban rotos aún. Caminé despacio hasta el retoño del roble, sabía perfectamente lo que iba a encontrar.
«Virginia, temía volverse loca, Virginia wolf…»
Porqué leo cosas que no debo, porqué escudriñé las páginas que debo arrancar de mi biblioteca.
¿ Porqué esta rabia? ¿Porqué este rencor?
El retoño del roble, estaba intacto, salvo en una cosa.
-Había florecido.-
Flores azules, brotaban de sus ramas, flores hermosas, con fragancias dulces en medio de la tormenta. En medio del huracán.
– ¿Es el momento Edanna?
– Si, por supuesto que si, – me contesté a mi mismo, mirando el pequeño roble florecido.
– Es el momento, de iniciar el viaje.
– El viaje hacia el viejo lugar prohibido.
La génesis, de todo lo aprendido, de todo lo llorado, la génesis de mis pesadillas. El retoño del roble, me avisaba, con sus flores. Ella me hablaba, era el momento.
Nunca imaginé, que me avisarías así. El espíritu en el roble, despertó al mundo, con decenas de flores azuladas. Mi color favorito.
– Edanna, te echo de menos…
Nunca estés triste, mi príncipe… piensa en tu compañera, en nuestros sueños; solo
vivimos de un cuento de hadas, los dos de la mano, haciendo realidad mil finales
felices, tú narrándomelo al oído, aspirando el aroma de este tiempo nuevo, yo observando
tus labios, tus ojos que me cuentan lo que no dice tu voz. Acaricio tus párpados cuando duermes, tú me abrazas fuerte cuando me siento pequeña. Los dos juntos sí podemos, y los habitantes
de Lavondyss son testigos y mensajeros de nuestra victoria…