Antes de pasar a describir al vigésimo Centinela, resulta conveniente recordar un momento las palabras que Idrys “El Profeta” legara a las voces de nuestra memoria hace ya mucho tiempo, estableciendo una de las dos condiciones que impuso La Gran Consciencia sobre todas las criaturas de nuestro mundo. Una prohibición que en Dyss debería haber quedado clara dada su extrema sencillez y que, sin embargo, resulta quebrantada con frecuencia. La ley nos dice que: “Bajo ningún concepto, ninguna criatura cruzará jamás el océano con la intención de alcanzar el Continente Periférico”. Un código que especifica con gran claridad que está prohibido tratar de arribar a las costas que en todas direcciones existen en algún lugar, más allá del mar.
Si algo sabemos acerca de la naturaleza de los seres conscientes es que basta con que exista una prohibición para que la curiosidad se dispare, prospere y, en ocasiones, se transforme hasta en obsesión. Así les sucede con frecuencia a exploradores y aventureros, bravos espíritus ávidos de curiosidad, deseosos de poder descubrir el mundo a su alrededor y de, si es posible, poder también echarle mano a algunos de sus tesoros. No se les puede reprochar, ya que es uno de los rasgos que en ellos resulta más cautivador. No obstante, una condición es una condición, y las leyes se instituyeron para cumplirlas, aunque también esto suponga el poder quebrantarlas.
Cumpliendo con su papel, aquí es donde entra en juego Tugal, apodado “El Enloquecido” no sin razón alguna. El último en nuestro estudio acerca de los Poderes Centinelas que existen en Dyss, aunque no por ello el menos importante. A título personal, he de reconocer que junto a entidades como Dierdrath, Môrndum o Despina, Tugal es uno de los Centinelas que más me intrigan.
A “La Bestia Tugal” se le han asignado infinidad de nombres, pero la más conocida sin duda alguna es aquella que lo designa como “Krakistos”, la espantosa alimaña que acecha, oculta en los abismos del océano. Su sobrenombre de “El Enloquecido”, encaja perfectamente con su naturaleza, pues lo que Tugal representa es el horror más absoluto en su estado más puro. Si estuviese dotado de esa capacidad, Krakistos podría sentirse orgulloso de haber sido capaz de destilar hasta su grado más elevado de pureza todo el significado que encierra un solo concepto, y de haber sabido reflejarlo a su vez con tanta perfección. Quieran las bendiciones de nuestras dos lunas gemelas protegerte, librándote de que te encuentres con él alguna vez, pues su sola visión supone el principio de un rápido final; la aniquilación absoluta en cuestión de segundos.
Tugal es la tercera y última de las entidades Imago que intervienen como Centinelas en nuestro mundo. Una monstruosa entidad surgida del miedo irracional, capaz de manifestarse en la forma de un ser sobrenatural. El terror a los abismos del océano forma parte de las inquietudes más antiguas que todas las criaturas han compartido desde el principio de los tiempos. Un miedo que supone un poderoso arquetipo, fijado con hierro candente en el inconsciente colectivo que pasa de padres a hijos. Heredamos los horrores, puede que también hasta las pesadillas, y sus consecuencias vienen adscritas con ellas en nuestra memoria.
Surgiendo así, como una pesadilla tangible, la bestia Tugal deambuló en los comienzos de su historia por nuestro mundo sin rumbo ni propósito. Un sueño angustioso hecho realidad por mediación de la Gran Consciencia debido a unas razones que, como siempre, resultan inexplicables. El único motivo que le daba sentido a su existencia consistía en su ansia por destruir todo cuanto estuviese al alcance de sus sentidos. Un nivel de percepción, por cierto, que supera lo imaginable, al ser capaz de detectar vibraciones de muy pequeña intensidad ―como la caída al agua de un objeto de entre tres o cuatro metros cúbicos― a miles de kilómetros de distancia. Aunque la zambullida de un hombre no es suficiente, cualquier embarcación por encima de una chalupa cumplirá con las condiciones necesarias.
Dyss, al percibir las motivaciones tan simples por las que guiaba sus actos, y siendo consciente del daño tan terrible que producía su presencia, lejos de pretender erradicarlo le inscribió un propósito en su mente, la de servir de guardián con el fin de poder así mantenerlo bajo control. Se convirtió de esta forma en un Centinela más de nuestro mundo, uno que velaría por éste bajo unas directrices muy simples. Éstas fueron: “No permitirás que nada ni nadie alcance jamás las tierras del Continente Periférico”. Una tarea que, aunque al principio le costó trabajo aceptar, terminó asumiendo como su único propósito. Más allá de esa imposición, Tugal estaría obligado a permanecer siempre confinado ―por voluntad propia― en el fondo de los abismos en estado latente, a la espera; durmiendo, pero siempre al acecho.
¿Una injusticia? ¿Un capricho del mundo quizás? Bien, antes de emitir un veredicto es necesario tener clara la noción de que nuestro mundo, más allá de las tierras del continente exterior, se fragmenta más y más hasta no ser más que las hilachas de un concepto que se queda siempre a medias de poder ser descrito. Es decir, nuestro mundo se termina en algún lugar remoto de las tierras heladas de Conundrum. Por otra parte, es inútil tratar de destruir un temor primigenio inscrito en la consciencia de todos los seres. Por mucho empeño que hubiese puesto en tratar de erradicar su presencia, éste siempre hubiera vuelto a surgir, pues todos llevamos una parte de él en nosotros a lo largo de nuestra vida. ¿Podría el mundo decidir entonces el no hacer tangible esa parte de nuestras pesadillas? Lo siento, pero para eso yo no tengo una respuesta, pues el proceso que le guía a querer hacer realidad nuestros sueños, nuestros pensamientos y nuestras pesadillas supone aún un completo misterio para todos nosotros.
No obstante, eso no significa que su manifestación tangible ―o Imago― sea indestructible. Con el poder suficiente es posible aniquilar su presencia física; o al menos, es posible hacerlo durante un tiempo pues, siempre que es destruido, Tugal vuelve a surgir algún tiempo después. No se trata de que tenga que reunir fuerzas para poder hacerlo, sino que ya nos encargamos todos nosotros de traerlo otra vez de vuelta. El concepto que lo hace real siempre está ahí, siendo una semilla inmortal en nuestro inconsciente colectivo.
Tugal se manifiesta en nuestro mundo bajo la forma de un ser gigantesco, de unos mil cuatrocientos metros de longitud, semejante a un octópodo monstruoso. Pero sus formas varían ya que, al igual que Untumo, su imagen fluctúa, oscilando sin cesar. Los pocos que lo han visto, y han sobrevivido para contarlo, lo describen como una sucesión muy rápida de imágenes parecidas a las de una linterna mágica que se superpusieran una tras otra, fluctuando y parpadeando sin cesar; como si faltaran imágenes para poder mostrar una imagen nítida. Supone pues su aparición el borrón vacilante de una idea imprecisa debido a que el concepto que se tiene de Krakistos difiere en muchos casos de una criatura a otra. Por lo tanto, existen muchas ideas distintas acerca de qué es y de cómo es su forma, por lo que nunca termina de quedar definida.
Está dotado de una extraña naturaleza eléctrica, un claro efecto que resulta visible en forma de intensos arcos de corriente que, centelleando, se retuercen saltando por toda su fisonomía. Esto provoca que se muestre como un ser luminoso en la oscuridad de la noche, de una forma tan cautivadora que esa misma belleza, la misma que en ocasiones se encuentra adscrita al horror, ha supuesto ya la perdición de muchos necios en numerosas ocasiones al haber quedado impresionados por su grandiosidad. Cuando está bajo la superficie, los relampagueantes centelleos y la efervescencia de las aguas son los heraldos de su presencia; una muestra de lo que se avecina y que sólo precede a la destrucción.
Basta el movimiento de uno de sus apéndices para hacer desaparecer todo cuanto existe sobre la superficie de las aguas hasta donde alcanza la vista en cuestión de segundos. Por otra parte, esparce una substancia venenosa de color oscuro que aniquila toda vida sobre la superficie en un radio de varios kilómetros; basta que ese ingrediente entre en contacto con la piel para resultar afectado, muriendo sin remedio a los pocos minutos.
La bestia Tugal no mantiene relación con ningún otro Centinela ni con criatura de ningún tipo, actuando siempre por cuenta propia. Es más, un encuentro entre Tugal y Uro supone una batalla que puede mantenerse durante días, levantando ambos inmensas olas que consiguen hacer naufragar a los navíos en muchos kilómetros de distancia. La rivalidad entre ambos no tiene razón ni lógica alguna para nosotros, precipitándose el primero contra el segundo nada más entrar el hijo de Morthid dentro del alcance de sus sentidos. Si tal cosa ocurre, Tugal embestirá al poco tiempo a su oponente, preso de una furiosa necesidad por aniquilar cuanto antes a su mortal enemigo. La batalla casi siempre termina en tablas, retirándose cada uno a su más oscuro escondrijo para recuperarse, yaciendo durante muchas lunas de Irina, hasta que el azar ―o algo más que desconocemos― decide que hayan de encontrarse de nuevo.
No es complicado llegar a la conclusión de que ambos comparten algunas cosas en común; una de ellas es que, al igual que Uro, Tugal es capaz de crear a su propia progenie, no precisando de la interacción con ninguna otra criatura para ello. Unos seres que se asemejan tanto a su progenitor que poblando las profundidades del océano se llevan consigo los deseos y las motivaciones de aquel que les ha dado la vida, pues su única meta consiste en sembrar el terror en los océanos allí a donde vayan. Cada trescientos ciclos se desprende de su cuerpo la simiente de sus vástagos entre los aullidos desgarradores de su progenitor, un bramido angustioso que se prolonga durante dos novenas, capaces de helar la sangre a quienes tienen la mala fortuna de tener que escucharlos. Parece que sea ésta una ley inmutable que se halle presente por todo el multiverso; una que de forma tácita siempre nos recuerda que jamás traeremos vástagos al mundo sin sufrir dolor.
Una vez se han desprendido de su cuerpo, éstos se hunden hasta el fondo del océano, donde reposan en estado latente a lo largo de veintidós ciclos de Inanna. Finalmente, emergen al mundo bajo la forma de un ser completo y lo que es más importante, un ser real, pues no se trata de un Imago producto de los sueños de ningún otro ser. Por suerte, ninguno de ellos consigue alcanzar ni su tamaño descomunal ni su fuerza, aunque sigan constituyendo una amenaza para pequeñas embarcaciones. Tugal, de esta forma, impone sobre el mundo un muy intenso deseo suyo por proclamar su autonomía, exigiendo la potestad de poder existir al margen de ningún tipo de condición, y de la idea que tenga ninguna otra criatura acerca de él.
Pero a semejanza de Uro, Tugal oculta un profundo secreto. Es muy consciente de su aislamiento y por ello ya sólo ansía una cosa: morir al fin, de una vez y para siempre. Su soledad lo enloquece, pues sabe que jamás podrá encontrar a ninguna otra criatura semejante a él, y que el motivo de su existencia no es más que un capricho carente de sentido alguno. Una contradicción más que de nuevo encontramos entre los Centinelas. Por ello, ya hace mucho que anhela su propia autodestrucción, un deseo que a su vez lo enloquece todavía más. Pero aún logrando alcanzar su ambición, su ciclo constante de muerte y resurrección se lo impide, lo que lo ha convertido en una de las criaturas de nuestro mundo que más sufrimiento guarda en su interior. Morir, morir y desaparecer al fin, un deseo suyo que es en vano, pues por muchas veces que perezca, siempre vuelve a resurgir una y otra vez al ser proyectado desde la mente inconsciente de las criaturas vivientes. Dyss es muy consciente de ello, encontrando en su soledad un reflejo de algo que también lleva en sí misma. La angustia de una pregunta cuya respuesta se mantiene aún en silencio y para la que no sabe si algún día habrá un final o terminará obteniendo algo distinto. Debido a ello, no sólo permite su existencia, sino que procura protegerlo de todo mal, aún siendo consciente ―o no― de que esto, a nuestros ojos, pueda ser percibido como una crueldad.
Sus seguidores, tan anárquicos como su señor, deambulan por el mundo sin organización ni propósito, incapaces de trabajar en equipo de una forma medianamente eficaz. Vagando, sobreviven como pueden tratando de enseñar su doctrina ―que se resume en unos pocos principios básicos― a quien quiera escucharles en las pequeñas poblaciones que se lo permiten o por los arrabales de las diferentes comunidades que frecuentan. Así, viajan de una comunidad a otra, convencidos de que todo el poder que son capaces de alcanzar unos pocos de ellos mediante la injerencia de su dueño ante la Gran Consciencia está destinado a un propósito que sólo el futuro les podrá revelar. Mientras tanto, aguardan la llegada del gran día apoyados en las palabras que se guardan en su libro sagrado. Un tomo que, al haber sido copiado tantas veces tergiversando y confundiendo conceptos, ofrece ya a estas alturas un número tal de profecías inconexas que, para cualquier curioso que pretenda echarle un vistazo, no resulta más que un compendio de sandeces sin sentido alguno.
Con Tugal se cierra así nuestro círculo, una de las tantas paradojas que existen en este hermoso mundo en el que vivimos; pues lograr compadecerse por una bestia tan aterradora significa, sin duda alguna, una de las muchas llaves que puede que nos conduzcan algún día hacia Lavondyss.
Principios
— La destrucción es el final último del cosmos pues todo vuelve una y otra vez a ese estado. ¿Por qué esperar? Cuanto antes lleguemos a nuestro estado final, más pronto estaremos preparados para el paso siguiente.
— Sólo destruyendo lo nuevo, proteges nuestro legado. Sólo destruyendo cuanto dejamos atrás somos capaces de avanzar.
— En el éxtasis que sobreviene tras la destrucción se encuentra el auténtico conocimiento, pero hay muchos que deseando ese conocimiento para sí mismos, condenan la belleza que existe en el caos puro.
— La auténtica muerte sólo está presente cuando no existe transformación, la destrucción es pues su instrumento.
Arquetipo: El terror ancestral hacia los océanos. La bestia marina.
Poder menor: nómada.
Se asocia al género: Masculino.
Origen: Imago.
Alineamiento: Caótico malvado, (malvado).
Símbolo: El sello de Tugal: un octópodo monstruoso.
Color preferente: Tonos rosáceos y rojizos, marrón, rojo óxido y amarillo.
Arma predilecta: Látigo de 8 colas y todo tipo de armas contundentes articuladas.
Áreas de influencia: Oscuridad, veneno, aniquilación, destrucción, fuerza, caos, locura, agua.
-Dominios D&D 3.X: Caos, muerte, destrucción, mal, guerra, fuerza, agua.
*Con Tugal, termina nuestro estudio de los veinte Centinelas que existen en Dyss.
Vaya curro de artículos que te marcas. No se si les dare uso, pero siempre me resultan interesantes de leer.
Un saludo.
Saludos Meladius, gracias por visitarme.
Bien, si te resultan interesantes, y puede que hasta inspiradores en algún sentido, para mí es suficiente.
Pienso que nunca sabemos cuándo se puede aprovechar lo que asimilamos hasta que se da la situación y entonces, tomas parte de ello para seguir construyendo a partir de ahí. Y el resto, es seguir…
Saludos cordiales